"Escribid con amor, con corazón, lo que os alcance, lo que os antoje. Que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea incorrecta; será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie; pero; bueno o malo, será vuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá prosa, habrá poesía, habrá defectos, habrá belleza." DOMINGO F. SARMIENTO



viernes, 9 de noviembre de 2012

INDEPENDENTISTAS Y FEUDALIZANTES (2)

Por Ivan Jorge Bartolucci



Después de una esgrima teorica -desigual por cierto- quedamos en conocernos personalmente la próxima vez que Ivan Bartolucci visite la Argentina, en tanto me pareció de sumo interés publicar su mirada, focalizada en la historia nacional y sus consecuencias actuales que, como el mismo afirma, esta « dirigida a todo lector interesado ». Y yo le agregaría, «inteligente ».   
Los generosos lectores de mi blog, en especial modo mis alumnos, espero puedan compartir conmigo el contenido de estos textos que nos ayudan a reflexionar sobre las causas que determinaron la fisonomía de este país que nos duele.
Iván, en 12 de septiembre de 2012, me envió otros dos extensos documentos que devore con la misma avidez con que lo había hecho con el primero.
En uno de ellos, Bartolucci utiliza, como disparador, una frase extraída de un comentario mío en respuesta a su “Historia de independentistas y feudalizantes”, ya publicada en este blog: “Yo diferencio el origen de dos países en uno. El “país de la llanura” y el “país de la montaña”. Esta es su respuesta sobre la que resalte algunos conceptos que me parecieron importantes:


Ivan Jorge BartolucciEn tests cognitivos se pudo comprobar que una mayoría de personas sometidas a ellos cometían recurrentes “errores”, debido a un descuido de ciertos detalles que no eran retenidos como información importante. Esto parece demostrar que el cerebro humano realiza, en la percepción tanto como en el primer tratamiento automático de lo percibido, una labor de captación global, primero; luego, de reducción de la complejidad, ordenando en categorías, simplificando, reduciendo lo percibido a esquemas simples, fácilmente inteligibles. No puedo dar en este momento las referencias del artículo científico que daba cuenta de este descubrimiento; creo que no era una publicación científica, sino de divulgación publicada en la revista Science et Vie (Paris, Francia).
Pienso que sin este trabajo automático de esquematización de la realidad, no podríamos haber abarcado nunca la complejidad del universo; no hubiéramos descubierto ni la ley de la gravedad, la relatividad generalizada ni el boson de Higgs; Cristóbal Colon no hubiera nunca descubierto América por error, pero gracias a la aplicación preconcebida de un esquema claro y simple de la esfericidad del planeta. En la frase citada como titular de esta nota, el Sr. Garrappa muestra este modo de proceder de la mente humana; parece natural en un arquitecto, formado en la aprehensión global de los espacios y en su ordenamiento interior, el distinguir fácilmente dos aspectos diferentes de un paisaje -llanura vs. montaña.
La aplicación de su esquema binario a la realidad del Río de la Plata –o sea, al entero territorio del ex Virreinato- se ajusta bien a su realidad física: el esquema da cuenta fiel de la diferencia topográfica que separa dos zonas de este vasto espacio. Se puede, en efecto, distinguir fácilmente una zona de llanuras -que va desde las mesetas patagónicas a las sabanas tropicales del Chaco, pasando por las pampas de clima templado-, bien distinta de una zona montañosa que recorre cual columna vertebral del continente sudamericano, desde su “coxis” -Tierra del Fuego- hasta sus cervicales –Panamá-. Con esto no estoy insinuando que la cabeza de este animal sea la América del Norte; aunque gente maliciosa podría llegar a pensarlo.
Si aplicáramos el mismo esquema a las estructuras económicas y sociales que evolucionan en este inmenso espacio, estaríamos ingresando en el dominio de lo opinable. Porque, como bien dice el Arq. Garrappa, este tipo de lectura de la realidad puede ser constantemente enriquecido o, mejor aún, modificado, al observarla desde otros ángulos o bien, valorizando ciertos detalles que habían sido descuidados, silenciados o simplemente inadvertidos en los esquemas precedentes.  Si algo de muy valioso he sacado como fruto de la lectura de kilómetros de libros históricos, de divulgación tanto como de presentación de trabajos de investigación, es que no existe una historia objetiva, sino relatos históricos, siempre opinables. El mejor de los historiados no puede producir otra cosa que su propio relato, cuyo sesgo particular nace en el instante mismo en que el autor comienza a seleccionar en su mente ciertos datos acumulados, de preferencia a otros. Y se podría afirmar sin error que este sesgo ya está presente en el momento de su percepción, o sea, en el instante en que el autor ha captado los datos sobre el terreno o en fuentes secundarias que haya tenido la ocasión de observar; pues nuestra mirada no lo ve todo, no lo retiene todo, sino apenas aquello que sabemos reconocer y ubicar dentro de alguna categoría o que significa algo en nuestra mente, aunque no lo conozcamos o no lo comprendamos. Por ejemplo, estudios neurológicos han demostrado que las ranas tienen la misma estructura óptica que los humanos; en principio, los batracios debieran ver lo mismo que los hombres. Pero no es así; del paisaje mirado, solo retienen lo que pueden categorizar; y solo categorizan lo que les importa para su supervivencia: las líneas o los puntos que se mueven, porque lo que se mueve puede ser un insecto nutritivo para la rana. Con la misma mirada, Leonardo da Vinci ve la Gioconda en la modelo que posa en su atelier; una rana no ve sino las moscas que vuelan en el atelier en ese momento. Esta condición de subjetivismo infranqueable acuerda al lector de relatos históricos una cierta libertad de pensamiento, pues “la Biblia” histórica no existe.
Por otra parte, los autores pueden modificar sus propios relatos a medida que nuevos datos y mejores reflexiones lo van enriqueciendo; no seria para ellos una falta profesional ni una vergüenza; al contrario, es prueba de flexibilidad y honestidad intelectual. Y doy un ejemplo que me toca de cerca. Mi propio relato histórico actual no se parece en nada al que profesaba hace medio siglo; mis esquemas tercermundistas saltaron en pedazos ante las duras realidades africanas y latino-americanas vividas en los últimos cuarenta años. El esquema interpretativo que adopto en el presente responde, en cambio, a los interrogantes planteados por dos congojas personales, dos crisis existenciales: una, de origen técnico, con implicancias sociales; de origen social con implicancias políticas, la otra.

1.      La primera crisis, sufrida en el Chaco santafecino en los años 1960, concernía el desfase cultural grave entre criollos y gringos; este desfase lleva a la pobreza estructural. ¿Cómo salir de ella?

Para vencer la pobreza estructural, no es cuestión de educación, a la Sarmiento, ni de instrucción, sino de cultura y de transformación de matrices culturales. Sobre el terreno llegué a la conclusión de que la cultura es un sistema estereotípico de percepción, de tratamiento de los datos percibidos y de elaboración y formulación de respuestas estándar.  La interacción entre culturas distintas crea una situación de dialéctica cultural.

No exhaustivamente, las respuestas sistemáticas que provee una cultura comprenden los lineamientos generales de los modelos de comportamientos, la racionalidad, la tabla de valores, los objetivos subyacentes de vida, los mitos, las creencias, las técnicas, los lenguajes, el tipo de pensamiento (abstracto o mágico, por ejemplo). Todo individuo, para funcionar solo o en sociedad, utiliza esta especie de “sistema de explotación” de su informática cerebral, que llamamos cultura. Dicho sistema se instala en nuestros cerebros desde el comienzo de la gestación del embrión que alguna vez fuimos; su instalación está casi completada hacia los seis años, edad del comienzo de la escolarización primaria.
En el acto de percepción, y en el tratamiento de lo percibido que se sigue automáticamente, interviene el conjunto de los elementos que provee una cultura. Sin embargo dichos elementos son de tipo respuesta: ¿acaso percibimos por medio de respuestas culturales? La paradoja es solo aparente, pues estos elementos retroalimentan la percepción como reguladores de la selección automática e inconsciente de los datos ofrecidos por la realidad exterior a nuestro cerebro; igualmente actúan como piloto de la fabricación de respuestas a lo percibido. Podemos decir entonces que nuestros cerebros están pertrechados de programas destinados a evitar que “meemos fuera del tarro” al momento de mirar y, entonces, ver; y que intervienen casi inmediatamente, en el proceso de interpretación de los datos exteriores seleccionados en el momento de la percepción. Nuestra estructura cognitiva tiene, pues, un modo de funcionar profundamente conservador: cuando miramos algo, no vemos sino lo que nuestras pautas culturales nos lo permiten. Es decir, vemos lo ya conocido o lo categorizable dentro de las pautas de nuestro grupo cultural de pertenencia. Lo no reconocible crea una situación confusa, que el cerebro tenderá a resolver introduciendo categorías ordenadoras de lo incomprensible percibido. Este conservadurismo inconsciente asegura la supervivencia de cada especie, pues está destinado a dar respuestas cuasi inmediatas a situaciones súbitas y perentorias, que nuestro cerebro debe reconocer como peligrosas. Los grupos culturales o las especies portadoras de cerebros mal pertrechados para proveer estas respuestas estándar cuasi espontáneas, de defensa (huyendo, paralizándose o atacando a lo que amenaza), fueron ya eliminados en el proceso de la evolución biológica.
La innovación, no obstante, está más o menos permitida en los cerebros más abiertos, mejor dotados. Gracias a la introducción y a la ulterior adopción colectiva de estas innovaciones, las culturas funcionan como estándares (patrones o modelos) que pueden evolucionar. Ellas son permeables e históricas, pueden transformarse desde adentro y sufren las influencias de afuera. Encontramos aquí ya una primera pista para responder a nuestra acuciante inquietud existencial: “la pobreza estructural. ¿Cómo salir de ella?”.
Prosigamos en este camino. Los principales elementos de una cultura son el lenguaje, la mimética –sensu lato-, el tipo de pensamiento, los valores y la tecnología. A su vez, la tecnología es un sistema en sí mismo. La manera de producir tecnología diferencia una sociedad de otra, otorgándole a cada una ventajas o desventajas diferenciales; confrontados a los mismos problemas técnicos, los grupos dotados de las culturas más dinámicas –que son aquellas en las que la transformación interna se basa en la creatividad del pensamiento critico, emotivo y abstracto, más que en el mimetismo- serán más performantes que las otras.
Existen culturas que admiten y estimulan el pensamiento abstracto, emotivo y crítico y que, por ello, pueden acceder con mayor facilidad al pensamiento científico y a sus aplicaciones técnicas. Éstos son los grupos humanos que progresan. Existen muchas otras culturas, de carácter fundamentalmente empírico, basadas en la observación crítica experimental; en ellas, el progreso técnico procede por “ensayo y error”, sin acceder por ello a la creatividad de la abstracción critica, que les permitiría comprender y dominar los comportamientos regulares de la materia/energía.
Algunas culturas alcanzaron un estadio en el que suele predominar el pensamiento abstracto y critico, con creatividad emotiva; estos grupos culturales desarrollan tecnologías basadas en los avances de la ciencia experimental. Por esta razón, pueden  dominar, en el plano tecnológico, a los grupos humanos armados apenas con culturas empíricas y miméticas. Ahora bien, es gracias al enfoque abstracto y crítico que se puede superar el pensamiento mágico, la sumisión de la horda y acceder entonces al descubrimiento del individuo como persona autónoma y critica. Por esta vía llegarán más tarde a la noción de ciudadano, que es propicia a la emergencia de la idea de república –bien común compuesto por la cesión de parcelas de la autonomía de las personas-. Para que una república pueda existir realmente, primero debe haber un sustrato de personas autónomas e iguales que quieran devenir ciudadanos y compartir el bien común en su evolución histórica. En realidad, pocas son las verdaderas repúblicas; muchas, en cambio, las falsificaciones e imposturas.
En las antípodas de las sociedades productoras de personas autónomas se encuentran las culturas que se mueven preferentemente en el universo del pensamiento analógico y/o mágico. Estos grupos humanos producen folklores hermosos, porque están llenos de imágenes y analogías poéticas; pero no logran formar personas autónomas y críticas, sino tan solo individuos que funcionan como partículas elementales de colectivos humanos. Estos grupos echan mano del pensamiento mágico, de la religión supersticiosa o política y se dan caciques, caudillos, reyes y jefes para conformar entidades colectivas que alienan el pensamiento crítico y obstaculizan el pensamiento abstracto riguroso, sofocando la creatividad individual.
En realidad, la humanidad entera procede por etapas culturales; existe una evolución, no solo de las especies sino también de las culturas, humanas u otras (en ciertas especies animales se puede detectar claramente el uso de una cultura transmisible, generalmente local). En la evolución de las sociedades humanas, a partir de las primeras agrupaciones clánicas se paso a un estadio superior, el de las tribus, alianzas de clanes familiares; de allí se paso a la alianza de tribus, dando nacimiento a las naciones, los pueblos. Algunas de estas alianzas derraparon prodigiosamente.
Fue el caso de Roma; es importante saber qué y cómo ocurrió su evolución, porque venimos de aquella fuente cultural y su impronta cultural persiste en nuestros pueblos. Veamos el desarrollo de este film sin pretensiones y a grandes brochazos: cuando ciertas poblaciones tribales del Mediterráneo llegaban a sufrir una plétora demográfica, que los recursos locales ya no podían sostener, enviaban parejas de jóvenes a fundar un nuevo asentamiento, una colonia que dependía del asentamiento que las había enviado. Así, los griegos y los fenicios sembraron de colonias las costas del mar Mediterráneo. Pero los jóvenes latinos mandados por sus ancianos a fundar una nueva colonia, a unos treinta kilómetros de Alba, tuvieron una ocurrencia de genio que cambiaria la historia universal; decidieron no fundar una colonia etno-centrada, puramente latina, sino innovar profundamente su composición. Los imagino organizando en terrenos baldíos, al lado del Tíber, un buen campeonato de fútbol con los muchachos que venían de las poblaciones extranjeras vecinas –en principio, para ese tiempo y esas culturas etno-céntricas, eran enemigos y un encuentro fortuíto podía degenerar en pelea mortal-. Pero los muchachos se entendieron tan bien, que no tuvieron más ganas de hacerse la guerra. Los latinos decidieron entonces proponer a los otros fundar un asentamiento pluricultural, un nuevo pueblo que les permitiera vivir juntos y en paz. Esto era y sigue siendo inadmisible para las mentalidades segregacionistas de los pueblos endogámicos; por ejemplo, los pueblos tribales o teocráticos. Sin embargo, es así como nació Roma, compuesta desde su fundación de latinos, etruscos, sabinos, tal vez de algunos descendientes de troyanos refugiados, y también algunos rejuntados oscos o ligures que se habrían perdido por allí. Lo del campeonato de fútbol es obviamente invento mío; pero Roma se estableció antes del año 753 a.J.C., creada por una mezcla de jóvenes de estos distintos pueblos: algo inusitado y revolucionario en aquellos tiempos.
Excavaciones de los últimos treinta años ubicaron las fundaciones primitivas de la ciudad de Roma (eran chozas). Hallazgo sorprendente, también encontraron el trazado de una calle que envolvía una parte de la empalizada protectora del pueblo nuevo. Esta calle estaba abierta al campo, permanecía sin puertas: todo aquel joven extranjero (no latino) que ingresara por esa calle a la ciudad –y un pueblo pequeño constituído por ciudadanos es ya una ciudad, desde el punto de vista cívico e institucional- podía solicitar la ciudadanía de la nueva implantación. Esa calle se llamaba ASILUM; es el origen del derecho de asilo. No es extraño entonces que haya sido precisamente allí donde la plebe -mezcolanza de inmigrantes extranjeros modestos, sin ciudadanía (“sin dios ni patria”, decían los antiguos latinos)- se rebelara más tarde contra la oligarquía formada por las familias fundadoras. Abandonaron Roma y se fueron a fundar en un paraje cercano otra ciudad libre, a semejanza de ésta. Lo que parece increíble es lo que sucedió luego, al cabo de algunos años de esta separación: los orgullosos oligarcas, ricos descendientes de los fundadores de Roma, vivieron durante un tiempo del trabajo de sus esclavos, sin el auxilio de los industriosos artesanos de la plebe. Pero alguien entre los oligarcas, quizás algunos de entre ellos tuvieron el genio de proponer lo impensable en el mundo etno-céntrico y tribal de aquella época: ir a negociar con la plebe independiente, con aquellos para ellos despreciables “sin dios ni patria”, para pedirles que regresaran a Roma a cambio de otorgarles a todos la ciudadanía romana, permitirles integrar las Legiones (es decir, poder armarse como ciudadanos) e inscribirse en los Censos de población que se renovaban cada lustro. La plebe acepto la oferta y regresaron a Roma, ya como ciudadanos, en una fecha que la Historia no pudo determinar. A partir de aquel pacto, Roma inscribió en sus sellos el acrónimo SPQR, que significa Senado y Pueblo de Roma. Esta integración hacia volar en pedazos los valores de las culturas etno-céntricas y tribales; era inaudita e incomprensible para los otros pueblos de la época. La diferencia entre Roma y la civilización griega devino, desde entonces, abismal: ¡jamás los griegos han ciudadanizado a sus metecos ni a sus ilotas!! Siglos más tarde, un intelectual heleno escribió algo así como: “¡Así es fácil! ¡Los romanos hacen ciudadanos a cualquiera!”.
De este modo, los romanos se hibridaron, genética y culturalmente en la dignidad de la ciudadanía, desarrollando un vigor híbrido desconocido hasta entonces, que no fue practicado por ninguna otra civilización. Además elaboraron una innovación jurídica mayor, para poder superar las reglas teocrático-racistas de los pueblos antiguos (incluso del viejo pueblo latino) y poder así entenderse cívicamente entre patricios y plebeyos: inventaron y desarrollaron un derecho paralelo al de los patricios fundadores -que componían el Senado-, el Derecho de Gentes, que es el derecho que nos rige hoy en el entero Occidente y que permitió el advenimiento del mundo moderno, hecho de integraciones y mestizajes.
Es difícil encontrar la trazas escritas de este relato entusiasmante; él es fruto de muchas lecturas, a lo largo de décadas; me seria casi imposible citar las referencias precisas y mismo los autores. En el ensayo que he publicado en Buenos Aires, “Pioneros y frentes de expansión agrícola”, figura una bibliografía abundante pero incompleta. Lo importante de este relato es que la Historia que nos compite se nos presenta como un hilo, una evolución inteligible, una lógica que se desarrolla en el tiempo y de la cual han surgido América y las repúblicas rioplatenses. Es importante saber por qué somos lo que somos; y lo sabremos mejor si conocemos nuestros lejanos orígenes, el origen y la evolución de la civilización romana, cuya cultura renació de sus propias cenizas: fue el Renacimiento y el comienzo de los tiempos modernos, en los que la invención de América se inscribe como una extensión del Occidente europeo.
La república plebeya nace naturalmente en Roma -tramposa y clientelista, debemos reconocer-, poco después de la república oligárquica de Atenas. Ambas ciudades, ambos Estados se influenciaron mutuamente, para formar la cultura greco-romana, matriz cultural del mundo moderno, que se extiende ya a los confines de la Tierra; matriz de las ciencias y la tecnología moderna, porque privilegia el pensamiento critico y abstracto, y la creatividad individual, liberándonos de la magia, los caudillos y la violencia de los tiempos bárbaros, colectivizantes. Una es la cultura republicana; otra, la de las masas conducidas por caudillos o líderes religiosos. La cultura como sistema estándar de percepciones y respuestas es entonces la variable más importante que regula la evolución de un pueblo; su estadio de evolución es clave para entender los comportamientos y la racionalidad de las personas de tal o cual cultura, en un mundo cosmopolita.
Como se vio claramente en el relato sobre Roma, no es la pureza étnica ni la verticalidad autoritaria lo que garantiza el progreso de una sociedad, sino más bien sus contrarios. Las culturas tribales, clánicas, las sociedades autoritarias, teocráticas, las dictaduras, los caudillismos y, en general, toda sociedad verticalista, constituyen obstáculos para la emancipación del ser humano. Pero nadie llega espontáneamente a liberarse de una cultura alienante; para ello es necesario un contexto y ciertas condiciones. Sin embargo, la transformación endógena de las matrices culturales todavía no fue objeto de una construcción teórica ni de un desarrollo práctico; los programas de combate a la pobreza son de una pobreza intelectual desoladora y de una dispendiosa esterilidad a medio y largo plazo. Las escuelas no bastan; llegan demasiado tarde, cuando los cerebros de los pequeños ya están estructurados en una cierta cultura. Los cambios profundos de la matriz cultural son más fácilmente asimilables cuando son propuestos con amor, con afección (y una buena nutrición y salud); solo las madres son capaces de asegurar esta tarea con tenacidad y seguridad.  Pero nadie transmite lo que no posee.
Como escribiera Lenin al umbral de la Revolución de Octubre: ¿qué hacer? Porque la batalla por la transformación endógena de aquellas culturas que hoy todavía están desaventajadas en el mundo moderno, debe ser preparada ya.  Lo demás son discursos vacios.
La presentación muy positiva que hacemos de nuestro acerbo cultural romano no debe hacernos olvidar los gravísimos problemas internos por los que atravesó aquella sociedad, destructurándose hasta  tal punto que su parte occidental devino una presa fácil para las tribus invasoras bárbaras. Las luchas internas por la conquista de la ciudadanía romana por parte de los italiotas (nativos de Italia y el Narbonés que no gozaban de los mismos derechos que sus vecinos e invasores romanos) fueron feroces y prolongadas. Otra reivindicación violenta fue la de una equitativa repartición de las tierras de labranza. Un Consejero agrícola británico en India, Sir  Albert Howard, conocido adalid de la agricultura de conservación, siguiendo las informaciones de una gran referencia en materia de Historia romana –Mommsen (1894)-, opinaba en 1940 lo siguiente: “La agricultura de la Roma antigua fracasó porque no pudo conservar la fertilidad del suelo. Los agricultores del Occidente están repitiendo los errores cometidos por la Roma Imperial... El Imperio Romano duró once siglos. ¿Cuanto durará la supremacía del Occidente? La respuesta depende de la sabiduría y del valor con que la población pueda resolver los problemas que realmente tienen importancia. ¿Puede la humanidad regular su vida en tal forma que su bien más precioso—la fertilidad del suelo—sea conservado? De la respuesta a esta pregunta depende el futuro de la civilización.”
Sin llegar al extremo de centrar las posibilidades de supervivencia de nuestras sociedades únicamente en la conservación de la fertilidad de los suelos, hay que reconocer que el capitalismo mundializante suele producir este tipo de estragos graves. La mundialización comenzó en Roma con sus frentes de expansión agrícola, que extendían tres cultivos para producir sus “steady stapple” (materias primas más solicitadas en el mercado -commodities-); estos eran el vino, el aceite de oliva y el trigo. La dinámica de estos frentes de expansión acarreó una fuerte especulación fundiaria, la concentración de las tierras y, según el autor citado, el agotamiento de los suelos. Howard concluye diciendo que: “...la historia agrícola del Imperio Romano terminó en un fracaso, debido a su incapacidad para comprender el principio fundamental, según el cual el mantenimiento de la fertilidad del suelo y las aspiraciones legítimas de la población agraria nunca deben estar en conflicto con las operaciones de los capitalistas.” A la lectura de numerosos trabajos de arqueología y de historia más recientes -el de Mommsen data de fines del siglo XIX-, no adquirí la convicción de que la agricultura romana haya sido un fracaso, sino al contrario, ciertamente un éxito económico y comercial gracias a la extensión de sus frentes de expansión agrícola de exportación. Lo cierto es que la península itálica, territorio donde tuvo lugar la mayor parte de los conflictos armados durante las guerras civiles, quedó dislocada en su agricultura y su organización fundiaria a causa de dichos conflictos. Otra consecuencia de las guerras civiles romanas fue la expulsión masiva de pequeños productores rurales, expropiados por los militares romanos, quienes las acaparaban en grandes unidades de producción. Las reformas de Diocleciano mandaron a la quiebra a docenas de miles de pequeños productores agrícolas, quienes se vendían como esclavos para pagar los nuevos impuestos extorsivos, que solo podían pagar los muy grandes propietarios. Así nació una oligarquía terrateniente y esclavista, que medró gracias a la miseria y la pérdida de la libertad de miles de sus conciudadanos. Es probable que la conservación de los suelos no haya sido entonces la primera preocupación de aquellos terratenientes, ni tampoco la de sus trabajadores esclavos. Es, pues, plausible que el agotamiento y la erosión de los suelos cundiera no sólo en Italia, sino también en el conjunto del Mediterráneo. Era un capitalismo agrario feroz, ávido y predador, como lo fueron igualmente los plantadores del Sur de los Estados Unidos, culpables de provocar la Guerra de Secesión en 1861 d.J.C.
Roma nos legó lo mejor y lo peor; resta a nosotros el prever las derivaciones perversas del sistema heredado.
Por tratarse de elaboraciones propias, no cabe dar referencias de autores sobre los conceptos expuestos acerca de la cultura, ni tampoco sobre los que siguen, que conciernen la dialéctica de las culturas. Los grandes autores de la antropología y la sociología no han abordado -al menos, en lo que está en mi conocimiento- la cultura como sistema desde este punto de vista práctico y operacional. Lo que nos motivó a emprender estas construcciones teóricas fue el deseo de encontrar un medio efectivo para transformar rápidamente y de manera endógena los patrones culturales de los criollos (y de todo otro campesino de cultura empírico-analógica), con el fin de que alcancen el nivel de eficiencia de respuesta que detentan sus vecinos gringos. Estos devienen casi naturalmente los patrones de los primeros allí donde las dos culturas entran en comunicación y comparten un mismo espacio. El desfase cultural que se crea es la principal causa de la pobreza, lo que provoca una situación estructural estable. Veamos rápidamente como ocurre.

Dialéctica cultural

Entre los grupos humanos dotados de un tipo de cultura de pensamiento critico y abstracto y los que funcionan principalmente con analogías, asociaciones de analogías y pensamiento mágico, existe un abismo que suele ser fatal a los segundos. Este abismo consiste en la importante diferencia entre sus respectivas capacidades de ocupación y valorización de un territorio; aparece desde que entran en contacto prolongado. Surge desde entonces un diferencial de capacidad de respuesta que favorece al grupo cultural más avanzado.
En efecto, cuando se encuentran sobre un mismo territorio, tarde o temprano los primeros lograrán dominar a los segundos –salvo violencia vencedora de los menos bien dotados en materia cultural-. Esto va creando sociedades asimétricas que segregan aquellos individuos que están culturalmente menos bien dotados, conformando así estratos sociales donde los grupos de cultura mágica y analógica serán recurrentemente los pobres de la Historia.
Este esquema interpretativo no se aplica sin correcciones ni ajustes a las diversas realidades sociales; sin embargo, señala una buena pista para superar el desfase cultural entre gringos y criollos, y entre criollos e indígenas. Esta pista superadora consistiría en adquirir teorías y prácticas aún inexistentes, destinadas a facilitar la transformación endógena de las culturas desaventajadas por un desfase cultural.
Una buena escuela y una nutrición infantil sana y suficiente son factores capaces de crear buenas condiciones para el desarrollo en las nuevas generaciones, en todas las culturas y todas las clases sociales; pero son aquellos niños formados desde el seno materno en las hormas culturales más eficientes, los que mejor aprovecharán de la escuela, de la alimentación y de la situación social que les toque vivir en sociedad. Es incidiendo en la transformación de las matrices culturales de las jóvenes madres que podría alcanzarse el ideal de una verdadera igualdad de oportunidades para los niños de todas las culturas.
Esto no supone invalidar las políticas redistribucionistas, ni la educación popular ni los planes de nutrición infantil. Todo ello es necesario; pero no es lo esencial para salir de pobres todos juntos. Para que los criollos tengan las mismas oportunidades que los hijos de gringos, deben poder absorber desde la cuna las mismas armas culturales de aquellos para que luego, en el resto de sus vidas, operen con la misma matriz de percepción/respuesta, con el mismo “sistema operativo” de su informática cerebral. Insisto, esta teoría de la transformación cultural sin asimilación, sin alienación, sin sometimientos culturales, no existe, que yo sepa. Trabajando durante décadas en instancias internacionales de todo tipo, desde los micro-proyectos de terreno hasta los mega programas del PUND, del Banco Mundial, de la FAO, de la UNESCO, de la Coopération Française o de la Comisión Europea, no he encontrado en ninguna parte este tipo de reflexión sobre los desfases culturales como causa de la pobreza estructural en sociedades mixtas. Los buenos operadores de terreno conocen bien esta temática, que es evidente; pero no suelen abordarla desde un punto de vista teórico, pues viven generalmente en la urgencia, desbordados por la presión de las necesidades perentorias de la población con la cual cooperan y a la cual deben dar alguna respuesta inmediata.
En consecuencia de este vacio teórico-práctico, se siguen despilfarrando miles de millones en programas ineficientes. Una vez que “los expertos”, los cooperantes o los misioneros se van, la gente cae en la vieja rutina y su vulnerabilidad frente a grupos dotados de culturas más eficientes hará nuevamente de ellos presas fáciles. Es lo que ocurrió en Fortín Olmos, chaco santafecino. Existe un film que presenta una experiencia de desarrollo fallida; pero que es fecunda en elementos que permiten replantear la temática del desarrollo, de la justicia redistributiva, de la escuela, de los planes de combate a la pobreza.
Este nuevo enfoque desplazo, por ineptas y erróneas, mis viejas ideas redistribucionistas, soberanistas, populistas, montoneras. El problema no se sitúa en la lucha entre asquerosos capitalistas masónicos o anglosajones y pobres autóctonos explotados miserablemente, entre imperialismo americano y liberación guerrillera, sino en saber cómo pertrechar las poblaciones culturalmente más vulnerables con métodos pedagógicos que les permitan una transformación endógena de sus propias matrices culturales, sin alienarse a las culturas que los dominan por son, en las actuales circunstancias históricas, más eficaces. Mientras este problema no sea resuelto en la práctica, el resto de las posiciones ideológicas seguirá siendo discurso superfluo o desubicado.

2.      La segunda crisis existencial fecunda comenzó bajo el gobierno de Campora, en el que participé activamente. Esta crisis se afinco en mí con el exilio político (fines desde de 1974). Atónito, perplejo ante la furiosa criminalidad de las huestes de Perón y, luego, de las Fuerzas Armadas, busqué respuestas aptas, satisfactorias a esta pregunta acuciante: ¿qué mierda nos está pasando a los argentinos (y al Cono Sur)?

Tenia que comprender estos derrapes violentos de la intolerancia focalizada contra aquellas fracciones -en general, de la juventud de clase media- que se habían entregado a diversos militantismos en pos de la justicia social y de la afirmación nacional. Los mejores elementos de la hoy llamada “generación del 70” fueron perseguidos salvaje y metódicamente, por grupos políticos aparentemente enemigos; peronistas y gorilas se encontraban enrolados en la misma represión de la juventud militante de los 70: ¿Por qué, esta alianza aparentemente contra natura?
Llegué a reducir estas preguntas a otra, derivada de las primeras: ¿cuáles fueron (y son) las condiciones que dan emergencia a la república y a la democracia?
Años de lectura me llevaron a indagar en los sumerios, los acadios, Nínive y Babilonia, los hebreos, los egipcios, Grecia y Roma antiguas, las invasiones bárbaras, el feudalismo, el largo y fecundo proceso de Renacimiento de la civilización romana, la plétora económica que este proceso produjo y que llevo a los europeos modernos a expandir ultra-atlántico sus tierras productivas y sus colonias de poblamiento. La Conquista española es un capitulo más que interesante en toda esta saga histórica; el maestro de historia que me ilumino precozmente a este respecto fue Rodolfo Puiggros, con su libro “La España que conquistó América”.
La Independencia y lo que siguió también me intereso intensamente. Creo haber podido organizar un cuadro interpretativo satisfactorio, nacido de aquellas angustiosas interrogaciones y que responde -estoy convencido- eficientemente a los interrogantes actuales que se plantean los rioplatenses en materia de política, de economía, de federalismo, de desarrollo autónomo; pero también, de identidad y de cultura.
A los efectos de su comparación, retomo el esquema binario del Arq. Garrappa, que atribuye a los pueblos de la llanura pampeana una apertura cultural a Las Luces; actitud e intereses portuarios lo explicarían. Según este esquema, una actitud opuesta es atribuida a los montañeses -¿como Juan José Paso y Juan Bautista Alberdi?-, presuntamente ajenos a esta impregnación foránea, insensibles al espíritu del Siglo de las Luces.
Sin necesariamente desestimar el factor aislamiento geográfico que torna difícil la circulación de ideas, informaciones e intereses, pienso que la formación moderna del país rioplatense puede ser mejor entendida si la colocamos en el contexto de la expansión mundial del capitalismo industrial.
En este contexto, la expansión de los cultivos de agro-exportables en las fértiles tierras pampeanas llevó al fortalecimiento de un centro portuario de exportación y al desarrollo de redes de transporte y comunicación eficientes, para unir las periferias productoras de los “steady stapple” del momento (cereales, carnes bovinas, lanas) a los puertos de exportación. Se trata de un sistema de oferta de bienes de exportación que organiza su espacio según el clásico esquema en “centro y periferias”. Este esquema fue ideado por un economista tucumano, Raúl Prebisch, quien entendía aplicarlo a la escala mundial, dividiendo el planeta en países centrales y países periféricos. Sus bases teóricas –la deterioración de los términos del intercambio- dejaron de ser válidas en la actualidad. Pero el esquema en “centro y periferias” sigue siendo útil para describir un sistema que posee un centro urbano-portuario, concentrador de las riquezas reales que serán exportadas y que recibe y retiene los contravalores monetarios de la exportación. Confrontado al polo central se esparcen unas periferias productivas, sistemáticamente esquilmadas por las funciones económicas y administrativas que residen en el centro. Es así como funciona el país real argentino, cualquiera fuere el color y el discurso ideológico de los gobernantes de turno. Los mentados productos de agro-exportación ocupan, lógicamente, las tierras agrícolas, no las montañas, ni los desiertos ni los esteros; allí donde las tierras ocupadas por el monte o la selva pueden ser puestas a producir los corridos agro-exportables, se desmonta sin miramientos, tanto cuanto los mercados de la demanda externa estén dispuestos a pagar por estos productos, a precios que hagan rentables en el corto y mediano plazo los gastos del desmonte. No es cuestión de un país del llano y otro, de la montaña, sino de un único sistema que va englobándolo todo, mientras la locomotora económica -que es la demanda externa- siga tirando del complejo de oferta de agro-exportables. Poco importa que las tierras sean más o menos frágiles, que las pendientes sean pronunciadas, que haya que regar para producir los mentados “steady stapple”; todo lo que sirva para producir estos agro-exportables será puesto al servicio de su producción, mientras el negocio continúe siendo rentable para los agricultores. Así llegamos a la situación descripta por Howard como causa de la decadencia del Imperio Romano; el capitalismo de exportación opera en todo tiempo y lugar con una misma racionalidad esquilmante  de aquellos factores de producción que son incapaces de protegerse de su voracidad; estos factores de producción son la naturaleza y los humildes. Expongo in extenso este sistema en el ensayo “Pioneros y frentes de expansión agrícola” (editorial  Orientación Gráfica; 2010).
¿En qué incide el funcionamiento de este esquema de organización económica y espacial de nuestra sociedad sobre la república y el funcionamiento democrático del país? Aparentemente, en nada. ¿Qué tiene que ver el funcionamiento de un sistema agro-exportador organizado en centro y periferias, con la feroz represión de las juventudes de clase media en los años 1970? No se percibe claramente ninguna relación, a primera vista. ¿Por qué aquella feroz represión fue programada y acometida por los más enconados enemigos de ayer –Perón, sus secuaces y los gorilas-? ¿Por qué esta alianza monstruosa aparentemente inexplicable? ¿Qué mierda nos está pasando, argentinos? Todo parece sumamente confuso, incoherente, inconexo, contradictorio. Y es así como lo ha vivido efectivamente una gran parte de nuestra población, durante los años 70 y 80. Sin embargo, existe una lógica subyacente, que convierte la confusión en un cuadro lógico y las contradicciones se explican.
Se trata de la dialéctica de culturas en un país como el nuestro, formado para la agro-exportación dentro de un sistema de comercio internacional donde las demandas comandan a las ofertas.
El Señor feudal Juan Manuel de Rosas sofocó cuanto pudo el comercio de las provincias, para detener firmemente el monopolio del puerto de Buenos Aires; por este motivo de racionalidad feudal, cerró los ríos a la navegación de las provincias litorales. El combate de Obligado terminó con esta pretensión de Señor feudal abusivo, abriendo la navegación del Paraná al exterior. Rosas nunca fue un patriota argentino, sino un Señor feudal español implantado en tierras criollas. Jamás se comprometió en las luchas por la Independencia, siendo que siempre tuvo una tropa armada a su servicio, según la más rancia tradición feudal: para el feudal, no hay nación; la nación es él mismo. Lo único que puede llegar a admitir es la monarquía de origen feudal (España, Inglaterra, Francia). En esto se entendía a maravillas con otro feudalizante, el monarquista general San Martín. En el relato que hiciera Rosas de la campaña en el Sur de la provincia de Buenos Aires contra los indios, ofensiva feudal donde hubo masacres, genocidio indígena y también negociaciones, se le escapó en una frase “nosotros, los españoles”; los comentarios son obvios.
Afortunadamente para los argentinos, los intereses de los caudillos y empresarios del Litoral entraron en conflicto abierto con este Señor feudal atrabiliario y absolutista. Una coalición fue organizada, donde intervinieron tropas del aliado brasileño; vecino éste culturalmente más moderno y materialmente menos desarrollado que los argentinos de entonces, con quien convenía y conviene siempre tejer una alianza estrecha, si no una integración. Gracias a esta alianza, que preanunciaba la del Mercosur, las tropas del Gran Feudal del Plata fueron vencidas en la batalla de Caseros (o Merlo, como bien señala el Arq. Garrappa).
Su racionalidad feudal quedo abolida, dando paso a un proyecto burgués de dimensión nacional, impulsado por Justo José de Urquiza, empresario moderno tanto como caudillo. Sin embargo, el país criollo, tanto el de la llanura como el de la montaña, no estaba culturalmente preparado para dar un salto, una ruptura de cultura, pasando del atávico caudillismo feudalizante a una sociedad de agro-exportación auto-industrializante, basada en una reforma agraria que nunca tuvo lugar en este país. La reforma agraria querida por Urquiza y J.B. Alberdi consistía en acoger una inmigración de labradores europeos para darles en propiedad tierras agrícolas, dentro del sistema argentino o a conquistar al indio. Los intereses y la mentalidad feudalizantes pudieron con este proyecto, que abortó estrepitosamente; Urquiza fue asesinado por los esbirros de un caudillo federal entrerriano y Alberdi se exilio en Paris, donde murió pobre y olvidado del país al que dio una Constitución, la de 1853.  El resto es una historia de feudalizantes, que continúa hoy día, donde Señores feudales se alternan en el poder con sus siervos feudalizantes. Gorilas contra peronistas, peronistas contra gorilas y todos son feudalizantes; éste es el ballet vergonzante al que asisten impotentes los pioneros agrícolas argentinos que no se han asimilado a una de las dos variantes del lastre cultural argentino, lo feudalizante.
Sin embargo, este esquema de formación de una economía de agro-exportación fue seguido por regiones hoy ricas, que se han industrializado o están siéndolo en estos años: el Medio Oeste norteamericano, las Grandes Llanuras canadienses, la inmensa área de influencia de los frentes de expansión centrados en el polo de crecimiento Sao Paulo, la región sudeste de Australia, la Nueva Zelanda. Todas estas regiones se desarrollaron según el mismo esquema agro-exportador que el de las llanuras pampeanas. La diferencia no estriba en que en un caso, los pioneros son anglosajones, como creía Juan Bautista Alberdi; ¿cómo explicar la pujanza pionera de los frentes de expansión paulistas, que pertenecen a la cultura lusitana? ¿Cómo explicar que el Quebec y la provincia kaledoche de Nueva Caledonia, ambos de cultura francesa, progresen a la par de los otros países con frentes de expansión de agro-exportación, como los Estados Unidos o el Brasil? Pero sobretodo, ¿cómo se explica que el capitalismo haya surgido en tierras italianas, de cultura italiana, desde al menos el siglo XI d.J.C.?
La diferencia entre las contradicciones que roen y bloquean la sociedad argentina y esos otros países nuevos, modernos y pujantes, se encuentra en que aquellas regiones lograron auto-industrializarse intensamente, desarrollando un mercado de consumo interno expansivo y potente, gracias a estar piloteadas por una clase de pioneros modernos, de origen europeo moderno (¡no feudales, como los españoles que formaron la América hispánica!!). La pujanza de estas burguesías nacionales modernas ha fortalecido la unidad nacional, ha afincado millones de familias de inmigrantes europeos –fuerza de trabajo considerable, que aporto su cultura moderna a la expansión de la sociedad toda entera-. Otra diferencia fundamental entre la Argentina y esos países reside en que en el nuestro, los feudalizantes –desde Juan Manuel de Rosas hasta Juan Domingo Perón Sosa, pasando por la oligarquía liberal y sus esbirros militares- han bloqueado eficazmente, a los millones de europeos que inmigraron a la Argentina, el acceso a la tierra, a las armas y al ejercicio de la política. La Patagonia hubiera sido otra, si los gringos hubieran podido desarrollar allí el proyecto de expansión poblacional y económica que, en cambio,  han podido desenvolver en los países nuevos donde había una burguesía nacional moderna, no una sociedad criolla atrasada y recelosa de sus privilegios y sus valores obsoletos. Perón jamás permitió una reforma agraria, que sin embargo hubiera fortalecido la influencia económica y política de la gringada agrícola; en buen criollista, es quizás lo que lo motivo para nunca ofrecer a los gringos una reforma agraria; solo algunas leyes de arriendos. Y si miramos para atrás en nuestra historia, vemos que Rosas impidió la inmigración y la organización de un mercado nacional. Los oligarcas de la generación del 1880 han desarmado a los colonos europeos toda vez que éstos tentaban hacerlo; les impidieron así participar en la conquista del desierto. Esta fue realizada por tropas de gauchos hambrientos y sometidos, para luego repartirse las tierras entre las élites feudalizantes, que así se fortalecieron aún más. La política anti-gringo agricultor fue consecuente, tenaz y eficiente: los feudalizantes de todo pelo han logrado sofrenar el impulso expansivo de los inmigrantes europeos, sometiéndolos incluso en lo educativo y cultural: no existe una identidad gringa, como sí existe una yankee en los Estados Unidos o una brasileña en el Brasil, país donde la influencia de la masiva inmigración de familias portuguesas impuso un modelo de campesino que deviene burguesía nacional, del que la Argentina fue birlada por sus feudalizantes.
Sin poseer la tierra que trabajaban, sin armas para defenderse del Indio, sin autorización del gobierno para conquistar las tierras agrícolas en manos de los aborígenes, sin acceso al gobierno –salvo individualidades oportunistas-, los gringos de la Argentina fueron impedidos de producir la expansión económica, territorial, cívica que los inmigrantes europeos han hecho, en cambio, en los países de origen  portugués, inglés y francés ya mencionados. El problema argentino es pues, de índole cultural: mientras se siga pensando y enseñando que el argentino por antonomasia es el criollo, que el Martín Fierro es la referencia identitaria nacional, que el que se anima a profesar las verdades de esta nota es un traidor a la patria, se continuará ninguneando a las dos terceras partes de la población del país, que es de origen gringo y posee enormes energías para el desarrollo nacional.
El problema es claro y la solución aparece netamente: refundar el país, crear una Segunda República (Francia va por la cuarta y se está actualmente discutiendo de la oportunidad de pasar a una Cinquième République). Nuestra refundación debiera redefinir la identidad del argentino para dar su lugar merecido al gringo y a su descendencia hibridada. Esta descendencia fue salvajemente perseguida en los años 70 porque por la primera vez en la historia argentina, una generación se levantaba usando de las libertades desconocidas en la cultura feudalizante, con enfoques y tipos de análisis modernos, aunque lo hiciera en orden disperso y blandiendo lemas muy diversos y hasta opuestos entre sí. Esta generación híbrida de cultura gringa asumía así un verdadero protagonismo cívico, necesariamente enfrentado a los feudalizantes de todo pelo. Ella venía preñada de un bebé explosivo para la sociedad criollista, que lo hizo abortar: ese bebé se llamaba “tanteos pseudo-revolucionarios”; creciendo y ya joven adulto, hubiera mostrado su verdadera faz, la de una burguesía nacional naciente, aún hoy inexistente pues la represión de esa juventud fue eficaz. La JP en manos montoneras no era auténticamente peronista, porque no era feudalizante como el Caudillo. Por su origen de clase y su impronta cultural de origen gringo, la mayoría de la juventud de los años setenta estaba necesariamente confrontada con la sociedad feudalizante que este líder representa todavía. Muchos de aquella generación aún no han cobrado consciencia del proyecto de burguesía nacional moderna (cultura gringa) que la corriente de fondo de la generación del 70 portaba en si.
Visto así, todo se explica: desde el sable que San Martin, el monarquista, donó al Gran Feudal bonaerense, hasta la espuria alianza entre peronistas auténticos y gorilas tenebrosos: todos juegan en el mismo equipo, todos patean para el mismo arco, el de la modernidad que la inmigración gringa hubiera podido aportar, si la hubieran dejado jugar el juego del que era capaz.
Lo que ocurrió en los años 70 debía ocurrir; necesariamente; pues la tercer generación gringa nacida en el país debía reclamar un lugar protagónico, el puesto que le corresponde, ya que es la mayoría de la población. Casi cinco millones de europeos se afincaron ¡en un país poblado por solo 1650000 criollos! ¡Y esta sociedad sigue arbolando una identidad criolla, caudillista, feudal!!  
A las mismas causas, los mismos efectos: la emergencia gringa de los 70 se repetirá, necesaria y dolorosamente, porque la asimetría entre el poder detentado por los feudalizantes y el peso de la actividad y la presencia de los descendientes de gringos hará fatalmente insostenible la vigencia del relato histórico feudalizante y criollista. Pero este relato identitario ha logrado contaminar las mentes de los ninguneados, que parecen a veces hablar por boca de sus abusadores feudalizantes. Este tipo de ninguneo es peligroso; algo similar llevo a la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, entre feudalizantes aristocráticos y gringos laburadores y progresistas. En el Brasil no hubo necesidad de guerras civiles para establecer gobiernos de burguesía nacional; hasta el portugués analfabeto más pobre es, en su mente, un labrador, un trabajador, no un parásito feudal, no un caballero. Dominantes en su propia sociedad, cuando se enriquecen forman naturalmente una burguesía nacional.
Sin burguesía nacional, inexistente en la Argentina por el vigor que conservan los feudalizantes, el sistema de expansión económica basado en el esquema agro-exportador en “centro y periferia” no puede conducir a la auto-industrialización ni al desarrollo genuino de un mercado interno poderoso, que libere este sistema de la dependencia a las exportaciones.
En la situación feudalizante que es la de la Argentina actual, donde peronistas y gorilas siguen peleándose “pour la gallerie” (baste leer Página 12 y La Nación), pero que se ponen de acuerdo a la hora de estocar a los gringos del campo, jamás surgirá una burguesía nacional. En consecuencia, la industrialización no será espontánea, funcional, locomotora que empuje constantemente con sus propias fuerzas el crecimiento de la demanda interior. Cuando los peronistas cerraban el Puerto Nuevo y desmantelaban los ferrocarriles que servían a la exportación de productos agrícolas, los Estados Unidos invertían miles de millones de dólares en el refuerzo y la extensión de sus propias líneas férreas, destinadas mayormente al transporte de cereales y de productos industriales de exportación e importación. En estas condiciones, el esquema agro-exportador seguirá siendo para la Argentina una cadena de dependencia al exterior, una sangría de nuestros recursos y capitales, una causa de nuestra ya habitual fuga de cerebros y capitales; al revés de lo que está ocurriendo en países con burguesías nacionales modernas, como el Brasil, los Estados Unidos, el Canadá.  En esos países, los feudalizantes no existen; sí existen, en tierras formadas por la Conquista feudal española.  En países de feudalizantes, la república es una entelequia y la democracia, o mentira o demagogia caudillista.
Hemos señalado los pernicioso de este gato cazador, el criollismo feudalizante; pero ¿quién le pone el cascabel al gato?

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