Por Jorge Alberto Garrappa
“Tal vez nunca el arte de la arquitectura ha alcanzado tal grado de magnificencia” escribió J. W. Goethe después de visitarla, en 1786. Durante 500 años, la Villa propiedad de Monseñor Paolo Almerico Capra encargada al Arquitecto Andrea Palladio en 1570, ha sido visitada por poetas, arquitectos, monarcas, jefes de estado, estudiosos del arte, viajeros y miles de turistas de todas partes del mundo.
Todos, sin temor a equivocarme, nos llevamos de regalo una emoción inolvidable
y única por su armonía y belleza incomparables.
“El sitio es de los amenos y mas placenteros
que se puedan encontrar: porque esta sobre un montecito de facilísimo ascenso,
por una parte, bañado por el Bacchiglione rio navegable, y por la otra, circundado
por amenísimas colinas que configuran el aspecto de un gran teatro, todas
cultivadas, abundantes de frutos excelentísimos y de buenísimas vides: desde
donde se puede gozar de bellísimas vistas, unas cercanas, algunas más lejanas y
otras, que terminan con el horizonte…”. Expresa el propio Andrea Palladio, en “I
Quattro Libri dell’Architettura”, 1570, L.II, p. 18.
Es la mirada del arquitecto sopesando y valorando el
sitio de emplazamiento de su paradigmática obra.
Finalmente Palladio girara la planta de modo de orientar cada diagonal exactamente
hacia los puntos cardinales geográficos y asi obtener un asoleamiento similar
en sus 4 frentes.
Poco después de visitar
el Santuario della Madonna di Monte Berico, situado sobre la homónima montaña y
el Piazzale della Vittoria, desde donde se domina toda la ciudad de Vicenza, nos
dirigimos en automóvil por
Viale Dante Alighieri para tomar la Riviera Berica.
En menos de 7 minutos llegamos hasta
la Via della Rotonda, calle angosta, sinuosa y amurallada, que nos conduce directamente
hasta el portal de ingreso.
Justo frente a la entrada a la villa y,
formando parte del complejo edilicio, se encuentra la capilla familiar, obra del
Arquitecto Girolamo Albanese por encargo del conde Marcio Capra, a mediados del
siglo XVII.
Después de adquirir nuestro ticket de ingreso comenzamos
a trepar lentamente el sendero flanqueado por altos paredones de piedra rematados
con sendas esculturas grecorromanas.
Ese trayecto, con la villa de fondo,
constituye no solo una transición sino una fantástica experiencia para la percepción
sensorial.
En efecto, al llegar a los jardines
frontales, se percibe una sensación de sorpresa y alegría, de perfecto equilibrio
entre el significado de la obra y la imagen obtenida, esto induce inmediatamente
al silencio y la contemplación.
No se puede dejar de pensar en
Palladio que no pudo ver terminada esta villa, si bien ya estaba habilitada al
momento de su muerte en 1580, y debió ser concluida por otro gran arquitecto
italiano: Vincenzo Scamozzi.
Una somera mirada permite distinguir claramente los tres niveles compositivos del
volumen edilicio: a) el "basamento" o zocalo, rústico destinado a estancias de servicio y habitaciones menores; b) el “piano nobile”, al que se accede
por las escaleras principales al estilo etrusco atravesando las logias
antepuestas y donde se encuentra el recibidor y las habitaciones principales; c) el “mezzanino”, piso intercalado debajo o
sobre el “piano nobile”, en este caso entre el nivel principal y la cúpula central,
destinado a estancias secundarias y dormitorios.
A pesar de la aparente monumentalidad de la obra es una residencia
pequeña pero muy luminosa, proporcionada y equilibrada a la escala humana.
Muchos han hecho análisis funcionales
y morfológicos de esta paradigmática villa palladiana, en este caso prefiero
transmitir lo que mis sentidos indican.
Antes de entrar en sus entrañas es recomendable
recorrer su entorno inmediato, circundarla, apreciar su perfecta geometría, cada
detalle de sus frente, cada vista del paisaje obtenida desde cada logia.
La genialidad de Palladio radica sin
duda en haber eliminado la consueta y remanida jerarquía entre fachada
principal y posterior. Cualquier frente puede ser el principal y todos son
frentes principales. Cada uno con 5 estatuas de divinidades griegas, 3 en el
remate alto del frontón y dos el arranque de la escalera. Maravilloso.
Es necesario detenerse en la
materialidad de esta joya arquitectónica. Por ejemplo sus 4 escaleras de acceso.
Como material utiliza la piedra cortada en
sillares muy bien aparejados o trabados –hay que recordar que Palladio fue
antes cantero que arquitecto- para repartir uniformemente el trabajo estructural
de cada pieza.
El hexástilo romano de la logia está
formado por 6 columnas exentas con basa con molduras, boceles y escocias; fuste
sin acanaladuras y capiteles de orden jónico que sostienen el frontón clásico. Recuerda
mucho al Panteón de Roma.
Interesante es la decoración interna,
con estucos diseñados por Alessandro Vittoria y frescos de Anselmo Canera,
Bernardino India, Alessandro Maganza y Ludovico Dorigny.
Pero la grandeza de Palladio se debe
medir en el control de la luz, de las vistas y de las dimensiones, las
concatenaciones de las salas y de los cuatro ámbitos de conexión entre interno y
externo y la direccionalidad de la implantación planimetrica desde el paisaje hacia
el interior, tendiente a realizar las diferentes dilataciones y comprensiones
de los espacios antes de la expansión en altura de la cúpula.
Llama la atención la diferencia de
materiales de las 4 escaleras helicoidales alojadas en cada ángulo del cubo
central que conectan el “piano nobile” con el “mezzanino”. Unas realizadas en
“calcestruzzo armato” y otras en madera. Esto haría suponer el uso diferenciado
de ellas sea para los miembros de la familia o para la servidumbre.
Para ver cada detalle de esta joya de
la arquitectura sería necesaria una vida pero yo me conformo con las dos horas
y media que me tomo recorrerla, apreciarla y grabar en mi mente mucho más de lo
que he podido relatar en este humilde trabajo.
Al partir, no puedo quitar mis ojos de la
Rotonda, de toda su imponencia coronando la cima de la colina entre la
vegetación circundante.