"Escribid con amor, con corazón, lo que os alcance, lo que os antoje. Que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea incorrecta; será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie; pero; bueno o malo, será vuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá prosa, habrá poesía, habrá defectos, habrá belleza." DOMINGO F. SARMIENTO



lunes, 10 de abril de 2017

TROMPADAS E INSULTOS


Ivan Jorge BARTOLUCCI  (Paris, 11/03/2017)

Trompadas e insultos exaltados en el acto de la CGT en el centro de Buenos Aires, trompadas e insultos en la manifestación por el Día de la Mujer frente a la catedral de la misma ciudad, insultos e intervención desproporcionada de la policía en una playa de Necochea. ¿Existe un nexo entre estas tres explosiones de violencia? A mi ver, sí y no.
No, porque los motivos y el mensaje que los puños y las palabrotas querían expresar en sendos eventos son diferentes y no deben ser confundidos. Pero sí, porque estos eventos demuestran una carga difusa de violencia, de intolerancia y mismo de ferocidad. Esto es preocupante porque denota un estado de crispación que podría derivar en otras tantas explosiones y, si las condiciones de liderazgo estuvieren presentes, en una ola generalizada de violencia social.
Por memoria, estoy evocando:
(1°) la toma de la tarima de discursos de la CGT por grupos contrarios a la dirigencia de la central obrera, el 7 de marzo 2017;
(2°) la recuperación política desexualizadora del acto en la Plaza de Mayo por el Día de la Mujer, al día siguiente, 8 de marzo de 2017; 
(3°) la reacción enardecida, en febrero 2017, seguida de una intervención policial abrumadoramente exagerada contra unas jóvenes que querían tomar sol sin corpiño en una playa pública de Necochea (provincia de Buenos Aires). 
En todos estos casos, es una rabia violenta lo que fue expresado por una de las partes.

Escuetamente apreciado, en el primer suceso se expresaron con violencia grupos radicalizados de diversas tendencias, para tratar de desplazar del palco a dirigentes del “stablishment” o “nomenklatura” sindical peronista. Allí había gente de tendencia neo-peronista junto con clasistas de prosapia marxista, confrontándose a viejos auténticos peronistas. Este episodio trae a la memoria la tragedia de Ezeiza de 1973; pero también aquella memorable confrontación en la Plaza Mayor de Buenos Aires, el 1° de Mayo de 1974. En sendos casos las corrientes enfrentadas eran substancialmente las mismas: un caudillismo de raíces feudales y de raigambre ideológica criollista[1] enfrentándose a jóvenes radicalizados mayoritariamente de clases medias, en general de origen inmigratorio europeo reciente[2] (aquellos “imberbes estúpidos” de Peron).
Esta corriente emergente enarbola una actitud anti-caudillo extraña a la ideología criollista adoptada por el peronismo desde su fundación. Ideología, ésta, que el peronismo auténtico -el de Peron- comparte con la vieja oligarquía patricia, quien la pergeñó entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX para legitimar, en su versión  ilustrada, el poder feudal heredado de la Conquista castellana, amenazado por el aluvión modernizador de los inmigrantes gringos[3]. En su confrontación con este viejo esquema de poder, los jóvenes radicalizados de origen cultural gringo adoptan lemas engañosos y ambiguos; porque su “peronismo de izquierda” no existe: es un oxímoron; el mismo fundador del Movimiento lo dijo.

Lo que sí existe es, en cambio,  el pujante despertar de esa juventud de clase media argentina de origen mayoritariamente europeo reciente que, a la tercer generación, descubre ser argentina y, entonces, tomada de sorpresa y para evacuar el pánico que la carencia de identidad nacional le provoca, se convierte a la ideología popular predominante con el fervor, la intolerancia y la ambigüedad de los neo conversos; pero abrigando el propósito tácito y firme de desplazar del poder a la  guardia colonial del viejo caudillo. Éste es el oxímoron de la denominada “Juventud Peronista” y de los otros grupos militantes, algunos armados, que se alineaban  bajo el lema peronista en los años 1960/70, finalmente condenados por el viejo líder.
Lo que se juega en estas confrontaciones es nada menos que la integración de la cultura europea moderna a la nación argentina; una refundación de la identidad argentina en la modernidad venida de Europa desde fines del siglo XIX. Identidad que fuera ninguneada por todos los gobiernos civiles y militares, a la excepción del corto período del Presidente Alfonsín[4].
No es seguro que los jóvenes protagonistas de este drama argentino tengan consciencia de que ellos mismos están propugnando la modernización de la identidad argentina; pero las fuerzas tradicionales, a comenzar por el último gran caudillo -Peron-, no se dejaron engañar: este movimiento de juventud viene a subvertir el orden criollo tradicional y es, por lo tanto, subversivo.

La ausencia de lucidez de los jóvenes de clases medias convertidos a algún tipo de neo peronismo hace que estas confrontaciones devengan recurrentes y violentas. Porque se discute de la calidad y la repartición del puchero cocido, cuando lo que está en disputa es, en realidad, quién va a definir el menú y quién tendrá a cargo la cocina. El enemigo apuntado por los enardecidos del acto de la CGT era el actual gobierno, aunque su verdadero enemigo es, y los hechos lo demuestran, ese sindicalismo de viejo cuño peronista que asegura la continuidad de la tradición caudillista y feudalizante de Peron.

Los componentes del actual gobierno nacional pertenecen a las  clases medias altas y a las élites empresariales; ellos tienen, mayoritariamente, un origen cultural europeo de reciente inmigración. Por esta razón, sostienen una actitud anticaudillista visceral, extranjera a la ideología criollista; actitud similar entonces a la que mueve a los militantes que coparon el palco de la CGT.

En realidad, tanto los unos como los otros comparten las mismas raíces culturales europeas de reciente inmigración. Pero los de clase acomodada no lo reivindican, porque no lo precisan para continuar gozando del bienestar de clase burguesa que sus padres y abuelos han conquistado en la sociedad argentina. Por su parte los ex-montoneros y otras corrientes de izquierdas, enemigos objetivos del viejo peronismo, tampoco enarbolarán como identidad los valores de su real cultura de origen europeo reciente, porque el discurso neo-peronista o filo-criollista que sostienen quedaría entonces deslegitimado, puesto que quedaría al descubierto que el sistema cultural en el que se mueven realmente no es ni feudal, ni caudillista, ni criollista. Su verdadero tropismo visceral, casi inconsciente, no es una reivindicación de naturaleza económica, sino cultural y cívica; buscan instalar la modernidad como modo cultural y organización cívica predominante.

Por vías contrapuestas, ambos grupos emergentes de las clases medias “gringas” argentinas persiguen la conquista del poder, a favor de una visión modernizadora de la sociedad; una, sesgada hacia la izquierda; liberal o ultra-liberal, la otra. Y para conseguirlo reprimen la ostentación de su identidad cultural de origen gringo, que entonces deviene contenido críptico y subliminal. Porque expresarlo claramente los llevaría a una confrontación abierta entre sistemas culturales -el neo-feudalismo popular criollo, frente a la modernidad-, siendo que en ambos casos sus objetivos inmediatos son políticos y económicos, no cívicos ni culturales. Una confrontación entre sistemas culturales los desviaría de esos objetivos de corto plazo, convirtiéndolos además en argentinos traidores de la vieja Patria criolla de abolengo feudal, con la que siguen identificándose para medrar. Están, en realidad, en una impostura, oportuna y legítimamente señalada por los auténticos peronistas, baluartes de la tradición criolla.
La solución para salir de esta embarazosa situación sería la de refundar la república sobre la base de una nueva identidad nacional, en la cual ellos y todos los otros ciudadanos pudieran reconocerse plenamente. Se trata de una cuestión de relación de fuerzas entre esos distintos grupos culturales, los viejos coloniales y los recientes europeos, sin olvidar a los aborígenes.

Pero estamos lejos de una toma de consciencia tan radical y dolorosa; las ilusiones e imposturas criollistas de las clases medias “gringas” proseguirán. No existen pues, en la actualidad, las condiciones para “blanquear” la parte “gringa” de la identidad nacional, ni del lado de los burgueses acomodados encaramados al actual gobierno, ni del de la izquierda militante. Todos en su conjunto continúan entonando, como una incantación, loas a la vieja Patria criolla, ocultando así la naturaleza subversiva de su verdadera identidad, la que sin embargo podría conducir a una nueva república integradora y moderna, pos-feudal como lo es la sociedad de Chile o el Centro-Sur del Brasil. A pesar de constituir la mayoría demográfica y ser la fuente del dinamismo económico y cultural argentino, estos cripto-europeos actúan como si fueran “marranos conversos” en una sociedad patricia, caudillista y criollista heredada del feudalismo castellano. Esta impostura identitaria y cultural puede durar; y puede dar lugar a repetidas explosiones sociales si no atinaran a tomar consciencia de la verdadera etiología del malestar cívico, cual es el desfase cultural entre el país nominal actual -feudalizante, caudillista y criollista- y su propia realidad cultural, mayoritariamente moderna.

El criollismo afirma que el argentino por antonomasia es el criollo, porque el país es independiente gracias a los criollos y que los inmigrantes gringos llegaron invitados a trabajar -”para matarse el hambre”, dice la voz popular- en un país acogedor, que al llegar encontraron independiente, unido y organizado por los criollos de élite. El gringo y su descendencia son los invitados de la Patria criolla y deben estarle eternamente agradecidos. Sus actividades de bajo prestigio en el sistema feudal -agricultura, industria, comercio, investigación científica- deben pagar el debido tributo a la civilización criolla que los acogió, centralizada en su centro porteño. Estos criterios se explican, porque el criollo argentino -que no, el chileno ni el cuyano- es heredero de la caballería de los hidalgos españoles de la Conquista, punta de lanza del sistema feudal castellano. El criollo venera esos valores de la caballería feudal que son el caudillismo, la organización autoritaria de la sociedad, el desprecio oculto del trabajo agrícola, el prestigio de lo militar, de la violencia asimilada al coraje y al honor, y una racionalidad económica rentista. En otras palabras, en la Patria criolla los gringos deben crear riquezas para que el centro de extorsión localizado en el puerto de Buenos Aires opere retenciones, impuestos, tasas de carácter legítimamente confiscatorios (según la racionalidad económica feudal basada en la rapiña, la extorsión y el terror de Estado).
Esta ideología retrógrada sostiene en consecuencia que quien quiera pretender ser argentino debe asimilarse al orden criollo, identificarse a él. Toda otra identidad nacional seria subversión del orden establecido que ha acogido a los inmigrantes europeos. Aquellos jóvenes que se atrevieren a contestar el orden caudillista y feudalizante del criollismo deben recibir un “merecido escarmiento”, tal como lo anunciara el gran Caudillo en la Plaza de Mayo, un 1° de Mayo de 1974.
 
Este aparato ideológico es conservado y transmitido en el seno de lo que queda de las élites coloniales de origen hispánico (nuestros “patricios”) y sigue cundiendo en las clases criollas más modestas, terreno fértil para todo caudillismo. La ideología del caudillismo criollista rioplatense es altamente tóxica, porque es falsa y fundamentalmente reaccionaria. Sus raíces se hallan en la Conquista del Perú, impregnando sus colonias de autoritarismo, violencia, rapiña, latifundios y prestigio de la caballería y la ganadería vacuna, cooptando las jerarquías religiosas tanto cuanto pudieron, como en los mejores tiempos merovingios y visigóticos, lo que dió esa Iglesia oficial de naturaleza césaro-papista. Esta ideología anacrónica sería impensable en Chile, colonizado que fue por familias españolas de trabajadores (agricultores y artesanos) y, por lo tanto, país afortunadamente sin gauchos ni señoritos, sin Señores feudales ni caudillos, sin los Mitre ni los Rosas ni el peronismo de Peron, sin montoneras ni montoneros.

Sin embargo, los “gringos” que subieron al gobierno actual de la Argentina parecen carecer de la lucidez necesaria para percibir que su posicionamiento cívico y cultural está muy cerca de las intuiciones anti-caudillo de esa juventud que se dice peronista, pero que lo es falsamente; porque el peronismo es caudillismo de raigambre criolla colonial, cuyos arquetipos son el General San Martin, Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga, Juan Domingo Peron Sosa y María Eva Duarte. Estos gringos burgueses y pequeño-burgueses actualmente en el gobierno no vislumbran la naturaleza cultural del combate que está en juego en este drama nacional, entre identidades y sistemas culturales diferentes. Y todavía menos, la necesidad de refundar la república sobre la base de una nueva identidad integradora de los gringos con los criollos y los aborígenes, construyéndose en la cultura de la modernidad que los gringos aportaron. Esto es, un sistema cultural fundado en la predominancia del pensamiento crítico racional personal, en la valorización del trabajo productivo, en la justicia social; una república de verdaderos ciudadanos autónomos, no de sujetos acaudillados y punteros.
¿Será que estos gobernantes sólo perciben sus propios intereses de clase privilegiada? Si ésta fuera la razón, el discurso anti-pobreza del actual gobernante presidencial sería una impostura. En todo caso, la falta de lucidez cívica lleva a este gobierno de “niños bien” a un conflicto inútil con la gente pobre, todavía enrolada bajo las banderas de un caudillismo vernáculo en desfase con el mundo moderno.

No obstante esta ceguera, parece improbable que el movimiento emergente de clases medias modestas, de clases obreras y de productores rurales de origen gringo pueda diluirse y perder fuerza. Sus primeros signos manifiestos comenzaron en los años 1960/1970; y no cejarán, porque es un mar cultural de fondo que responde a la asimetría nacional del 3 por 1: tres gringos radicados en el país por cada habitante de origen criollo, o sea, tres familias portadoras de la cultura moderna por cada familia enfeudada en el pasado caudillista popular[5].
Pero la corriente de fondo que lleva a  una refundación cultural modernizadora de la sociedad del Plata es todavía muy confusa y contradictoria, inconsciente del significado profundo de sus actitudes cívicas más viscerales. Si por ejemplo afirmáramos que los “niños bien” o los jóvenes gringos que manifestaron en Rosario el Día de la Bandera de 2009 están en el mismo combate identitario de fondo que los militantes de izquierda del mismo origen cultural, en este momento seríamos tratados de delirantes y racistas, tanto por los de ascendencia criolla como por los de origen gringa; porque la confusión introducida en la educación por el criollismo, tanto el de origen oligárquico como el peronista, es enorme: el relato histórico predominante es criollista.
Sin embargo, una misma reivindicación cívica y cultural une a sus componentes, a pesar de sus posiciones hoy francamente enfrentadas. Todo ocurre como si los intereses económicos de corto plazo enardecieran una lucha de clases que sofoca y torna imperceptible el nudo central del drama argentino, cual es el de una necesaria modernización cultural general que desemboque a término en la refundación de una identidad nacional integradora, pacífica y moderna. La modernización del país pasa por la modernización de la identidad cultural nacional; pero esto no se ve, todavía. Y se pierde el tiempo en confrontaciones que juegan en otros registros de corto plazo, como en los episodios de 1973, 1974 y recientemente, en el acto de la CGT en la Diagonal Sur de Buenos Aires.

En el segundo caso, el del final confuso del acto por el Día de la Mujer en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, se trata de una tentativa bien lograda de desviar hacia contenidos políticos ajenos al feminismo, un acto mundial de connotación feminista: fue recuperado por jóvenes probablemente pertenecientes a las mismas tendencias radicalizadas que el día anterior habían copado violentamente el palco de los viejos cegetistas.
Ese acto destinado a hacer valer le derecho de las mujeres argentinas a vivir sin feminicidios, sin violencias de género y sin discriminaciones machistas, fue copado por bandas de jóvenes de ambos sexos que inundaron la plaza con banderas y lemas ajenos a los lemas feministas. A estar a las imágenes mostradas por la cadena de televisión TN, se trataba sobretodo de varones enmascarados y violentos. A esto se sumó, en la escalinata de la catedral, la vehemente violencia de un grupo de mujeres abortistas que golpearon e insultaron a un ingenuo embanderado con los colores, no ciertamente de la Iglesia Católica -que carece de colores y banderas-, sino del Estado del Vaticano, símbolo de un poder todavía césaro-papista que continúa condenando el aborto.

En el tercer caso, ocurrido un mes antes en la playa de Necochea -provincia de Buenos Aires- se vituperó crudamente a unas jóvenes que tomaban sol en  “top less”, como se hace habitualmente en la playas francesas y, hoy, también muchas payas italianas. Las forzaron a vestirse “decentemente”, bajo una lluvia de insultos. Para obligarlas a “volver a la decencia”, algún playero de cultura cavernaria y ultra machista llamó a la policía provincial, la que sitió ese sector de la playa con varios patrulleros, como si se tratara de dar asalto a un grupo de terroristas. Para los energúmenos que llamaron a la policía, el mostrar el cuerpo femenino en una playa es de una obscenidad intolerable, algo que merecería un castigo de tipo islamista. El caudillo Peron organizó, durante su última presidencia, el “escarmiento” de esos “imberbes estúpidos”, jóvenes que se asomaban a la política en el patio de los grandes, queriendo enfrentar a los dueños del patio. La persecución de Peron fue proseguida por la dictadura militar, que no hizo sino sistematizar metódicamente el “escarmiento merecido” de esos jóvenes. Entre nueve y treinta mil desaparecidos y cientos de miles de jóvenes exilados fue el precio que la sociedad argentina pagó para conservar el orden y las buenas conductas tradicionales. Pero esa juventud moderna rebelde vuelve por sus fueros, renace de sus cenizas de maneras varias e inesperadas. En Necochea, los mismos bárbaros de antaño se ensañan ahora con jóvenes mujeres de la nueva generación, que quieren liberar sus cuerpos y sus costumbres, a la par de las europeas modernas: para los amigos de la tradición, ellas merecían la represión policial y los insultos, un nuevo buen “escarmiento”, como en los años ‘70.

Sin embargo, el contexto cultural y social ha cambiado; esa lámina de fondo que emergió en los años ’60 y ’70, ahogada en la sangre, volvió de la mano de una nueva generación: la de los “niños bien” del actual gobierno, la de quienes prefieren el nombre de Campora al de Peron o la juventud reunida en Rosario en el Dia de la Bandera del 2009; y ahora, la de esas chicas que pretendieron inocente e ingenuamente ejercer su derecho legítimo de vivir libres en una playa, vestidas o desvestidas como se les cante, como si estuvieran en Francia, país civilizado.  La represión de los tradicionalistas ha vuelto a funcionar; sin embargo, no creo que se diluya esta lámina de fondo de reivindicaciones culturales modernistas, que re-emergen de múltiples e insólitas formas, a veces aparentemente contradictorias; pero que expresan, todas, la misma reivindicación: no somos feudales ni caudillistas, sino hombres y mujeres que piensan por sí mismos, personas libres, ciudadanos autónomos. Un signo alentador que lo confirma es el de los “tetazos” que siguieron a la represión inadmisible de aquellas top-less de Necochea.
Es evidente que cada uno de estos sucesos expresan una cierta exasperación, que merecería un análisis detallado. Algunos síntomas comunes observados en ellos dan lugar a reflexión: ¿Estaremos en los preliminares de una revuelta violenta? Esta revuelta en ciernes, ¿tomará una senda cultural reaccionaria, autoritaria, caudillista, tradicional? ¿O será una revolución progresista, innovadora de la moral cívica y social? El modelo de país y su devenir económico están en juego.



[1]  Más abajo esta ideología será sucintamente presentada.
[2]  Reciente significa los inmigrantes arribados a la Argentina desde 1850.
[3]  Gringo, en Argentina, es el inmigrante europeo en general; un andaluz era considerado “gringo” por la aristocracia correntina, a fines del siglo XIX.
[4] El autor de estas líneas no es del Partido Radical argentino.

[5] Ver cifras estadísticas del primer censo general de población de la Argentina, del año 1869, y compararlo con la cifra de inmigrantes de origen europeo que llegó a la Argentina entre 1850 y 1950, disminuida de la cantidad que no pudo encontrar buenas condiciones de asentamiento en el país y que, en consecuencia, la Argentina perdió como capital cultural, económico y demográfico.  La relación entre los efectivamente radicados durante ese siglo y la población “de origen criollo” censada en 1869 (un 85% de casi 1,8 millones de almas) es de algo menos de tres gringos por cada criollo.  Pero llegó el doble de europeos a las ribas del Plata; sin acceso a la tierra, discriminados cívicamente, sin poderse armar para conquistar “el Desierto” (las dos terceras partes del territorio nacional), retornaron decepcionados a sus países o se fueron a colonizar el Brasil o los Estados Unidos. Todo esto, gracias al caudillismo feudal y su ideología criollista, aún vigente bajo forma de populismo.