Estoy más convencido que nunca. Aunque parezca increible, en cada momento trascendental de la historia de la humanidad, ha habido siempre un italiano presente.
A cuatro años de su desaparición, hoy quiero recordar, tal vez, la más grande periodista italiana de todos los tiempos: la Señora Oriana Fallaci.
Ella había nacido en Florencia el 29 de junio de 1929, en los años del fascismo di Mussolini. A los 14 años ya formaba parte del Movimiento Partisano che combatía contra los nazi fascistas. En el ’51 publicaba su primer artículo para “L’Europeo”. En el ’56 llegaba por primera vez a los EE.UU. Desde aquel momento en adelante, allí donde los acontecimientos ponían una bisagra en la historia mundial, allí estaba Oriana Fallaci para entrevistar a los protagonistas.
Habia entrevistado entre otros, figuras del calibre del director de la Cia, William Colby; el primer ministro paquistaní, Ali Bhutto; el iraní Ayatollah Khomeini, concentrándose sobre el rol de figuras dominantes del sistema político internacional.
También la segunda guerra mundial, la guerra de Corea y la de Vietnam, la vieron formando parte de los enviados especiales de la prensa externa sobre el frente mismo de batalla.
Como escritora, con sus 12 libros, Oriana vendio más de veinte millones de copias en todo el mundo.
El día después del atentado terrorista a las Torres Gemelas, yo llegaba al Aeropuerto "Leonardo Da Vinci" de Roma, Italia. Pocos días después, precisamente el 29 de septiembre de 2001, el Corriere della Sera publicaba el artículo que más me ha golpeado de la Fallaci: “La rabbia e l’orgoglio” (La rabia y el orgullo). Después saldría a la venta el libro que terminaba con este maravilloso colofón: "Stop. Aquello que tenia para decir lo he dicho. La rabia y el orgullo me lo han ordenado. La conciencia limpia y la edad me lo han consentido. Ahora basta. Punto y Basta."
Por lo que se refiere a la Argentina, la Guerra de Malvinas la había traido a estas tierras a entrevistar al Jefe de la Junta Militar, el General –ítalo argentino- Leopoldo Fortunato Galtieri.
La notable periodista italiana –entonces representando a la revista española “Cambio 16”- se encontraba con Galtieri poco antes de la batalla final en las islas irredentas. Junio de 1982.
He aqui un importante fragmento de ese memorable reportaje, al que se agrega la entrevista que le haria Bernardo Neustad a la Fallaci, en 1983.
Presidente Galtieri –iniciaba asi la periodista- cuando Ud. piensa en lo que organizado, y aludo a los centenares de jóvenes que han muerto en combate, a los centenares que pueden todavía morir, soldados de reemplazo, marineros imberbes, pilotos en la flor de su edad, y aludo también al nuevo detonador de la tercera guerra mundial que se ha encendido en esta parte del planeta, y como si todavía no fuera suficiente en el Oriente Medio y el Golfo Pérsico sobre los que temblar, también tenemos el Atlántico Sur, ¡maldición!, dígame, ¿no le sucede nunca preguntarse si valía la pena, decirse -a lo mejor- hemos cometido un error, en una palabra Ud. no se arrepiente jamás?
Con el rostro trémulo por la sorpresa, Galtieri responde lacónicamente: No, señora periodista. No.
Comenzaba así, tal vez, la más dura batalla a la cual fue sometido el jefe de la Dictadura Militar argentina, que parecía no querer comprender la cercana derrota contra los ingleses. El general trataba de explicar al mundo porque no quería siquiera pronunciar la palabra derrota: No señora periodista. Yo soy mucho más optimista que Ud. Ni aunque cayera Puerto Argentino me preguntaría si valía la pena haber hecho aquello que he hecho, y todavía menos diría haber cometido un error. ¿Recuerda cuando en la Segunda Guerra Mundial los ingleses fueron derrotados en Dunkerque? Bien, en 1945 estaban en Berlín. En otras palabras, ni aún la caída de Puerto Argentino significaría el fin del conflicto y nuestra derrota: cualquier argentino se lo diría. Señora periodista: hace 149 años que los argentinos denunciaron la agresión cometida por los ingleses en 1833 cuando nos robaron las islas, y son 17 años que intentamos recuperarlas por las vías diplomáticas o sea al revés de las Naciones Unidas. Si el 2 de abril no las hubiéramos recuperado militarmente, lo mismo habría sucedido en abril o en mayo o en junio del próximo año, o en uno de los próximos años. La colonización inglesa no podía continuar.
La Fallaci no aflojo y contraataco: Señor presidente, con todo el territorio que tenéis, esta bella tierra, este terreno fértil, esas costas inundadas de sol, es un poco difícil entender por qué se intentaría comprar un pedazo de tierra sobre dos islotes desolados y desiertos, donde nadie quiere vivir, fuera de los pingüinos, las ovejas y los 1.800 ingleses habituados al frío y a la niebla. Pero hablando de colonización, ¿Ud. es italiano, verdad?
Tratando de mantener la sangre fría e ignorando donde apuntaba aquella pregunta el General responde: Si, señora periodista, desciendo de italianos. Mis abuelos eran italianos. Mi abuelo de Génova y mi abuela de Calabria. Vinieron aquí con las oleadas de inmigrantes que se produjeron al comienzo de siglo. Eran obreros pobres, pronto hicieron fortuna.
Después se desencadenaba una esgrima en torno a la colonización –de los inmigrantes europeos- en Argentina, comparándola con la ocupación de las islas por parte de los ingleses. Poco a poco Oriana empujaba a Galtieri contra las curda y disparaba la pregunta, formulada por todos, pero que ningún periodista argentino osaba hacer, por miedo o benevolencia: Señor presidente, yo sé que aquí los niños crecen aprendiendo que el verdadero nombre de las Falklands es Malvinas, y que las Malvinas son argentinas. Sin embargo, ninguno de sus predecesores se atrevió a la ocupación que Ud. ordenó hace dos meses. De ahí la pregunta que se formulan todos: ¿por qué Galtieri ha hecho aquello que otros no hicieron, ni intentaron, ni pensaron? ¿Cuál era la necesidad imperiosa, el deseo vital, de provocar una guerra?
Galtieri ensayo una respuesta poco convincente, que le dio el pie a la periodista florentina para repreguntar: Yo creo que hablar de sentimientos del pueblo, desgraciadamente, encubre, casi siempre, verdades menos nobles: intereses políticos, intereses económicos, intereses militares o, más directamente, los intereses personales de quien manda. Por lo tanto le pregunto: ¿no podría ocurrir que aquellos islotes representaran a sus ojos un medio fácil para unir a un país dividido e infeliz, hacerlo olvidar una inflación que es tan irrefrenable como grotesca, y una deuda externa monstruosa, que hoy asciende a 36.000 millones de dólares, o sea del fracaso político y económico del régimen militar que Ud. representa?
Nervioso y balbuceante, el General no podía creer lo que estaba sucediendo..en su propia oficina! Después de un momento de duda ensayo otro argumento que pareció mas una amenaza que una respuesta: Señora periodista, acepto su razonamiento porque Ud. es una periodista, señora periodista. De otra manera, no le permitiría que me dijera estas cosas, se lo aseguro. Porque ofenden mis principios, mi buen nombre, mi carrera militar, todo aquello que yo he protegido más que mi propia vida. Jamás he hecho un cálculo frío como del que Ud. me acusa, jamás. La deuda externa de 36.000 millones de dólares y la inflación galopante no tiene nada que ver con las Malvinas. Es más, puedo asegurarle la inflación aumentará debido a los gastos bélicos. Es verdad que las Malvinas han servido para unir a los argentinos, pero la idea de obtener esto a través de la guerra jamás ha cruzado mi mente, se lo juro.
Sabiendo que el hombre estaba herido y sudaba frio, la Fallaci se refería a la historia: Bien, pero muchos otros han tenido tal idea. La historia enseña que cuando las cosas van mal en una sociedad, en un país, aquellos que están en el poder hacen la guerra: así el pueblo se excita completamente y olvida los fracasos, los golpes, los crímenes de quienes gobiernan. En 1940 Mussolini entró en guerra por estas razones, no sólo por su megalomanía. ¿A propósito, también esta comparación le ofende?
Ahora la respuesta del militar fue no solo lacónica sino dura: Sí señora periodista. Me ofende mucho.
Para distender la situación, la periodista hace una inteligente maniobra de envolvimiento sobre la presunción de los militares argentinos que los ingleses jamás vendrían de tan lejos a hacer la guerra en el Atlántico sur: ¿Pero señor presidente, sus diplomáticos, no le advirtieron que la Thatcher iba a reaccionar como lo hizo? ¿O es que, perdóneme Ud. el paréntesis un poco frívolo, Ud. fue motivado por la idea que una mujer no iba a entrar en guerra? Porque en tan caso, debo recordarle que Indira Gandhi y Golda Mier han aceptado sin dudar sus guerras. Y las ganaron.
Incomodo, Galtieri trata de adoptar una actitud galante: No, no. Le aseguro que jamás me ha influenciado ningún machismo latino. Por otra parte, si dijere lo contrario, la ofendería también a Ud. señora periodista.
Cuando parecía que la entrevista decaía, la escritora volvió a la carga con el cálculo de la guerra, por parte de la Junta Militar argentina: Tampoco la Sra. Thatcher tiene una alta opinión sobre Ud., señor presidente. Lo define como un tirano fascista. Pero ocupémonos de otro cálculo equivocado: la ilusión de que los Estados Unidos no apoyarían a Gran Bretaña. Comprendo la amargura, y también la rabia que tiene contra los norteamericanos, ¿pero no sabía que la Gran Bretaña es uno de los miembros más importantes de la OTAN?
La extensa respuesta de Galtieri fue sintetizada, sobre el final, reconociendo amargamente: Tanto para mí como para el pueblo argentino, la actitud de los norteamericanos se define en una palabra: Traición.
La Fallaci decide redoblar la apuesta: ¿Lo dice sólo por los norteamericanos o también por los europeos? Porque también os sentís incomprendidos y traicionados por los europeos. ¿O me equivoco?
Galtieri baja la cabeza y contesta: Es cierto, no esperábamos que nos castigaran con sus sanciones.
La periodista se apura a aclarar: El gobierno italiano las ha retirado. Aunque sea por levantina ambigüedad, se ha negado a renovarlas. Y si bien tal decisión fue determinada por cínicos intereses de partidos políticos, y si bien la condena de vuestra intervención militar fue soslayada, supongo que Ud. siente mucha gratitud hacia los italianos.
Fría como el hielo sonó otra vez la respuesta del General: Siento benevolencia, señora periodista. Benevolencia, nada más que benevolencia.
La preocupación de la Fallaci la obligaba a inquirir sobre las armas provistas desde el bloque oriental: Señor presidente, vuestra cruzada antisoviética parece haber terminado. Los soviéticos parecen ocupar en vuestro corazón el puesto de los norteamericanos, y es notorio que el embajador de Moscú en Buenos Aires ha visitado más de una vez a Ud. y a los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores. ¿Aclaremos esta cuestión, aceptaréis las armas soviéticas o no?
Con la mirada azul y helada Galtieri afirmaba: Si llegamos a un momento en que se haga necesario, sí la aceptaremos. Me dirigiré incluso a ellos. ¿Señora periodista, cree que quiero suicidarme?
Oriana, serena, continúa presionando al hombre en retirada: No, no lo creo. De hecho, Ud. ha comprado armas a los abastecedores más diversos y extravagantes de los últimos días. Uno es Khaddafi que le ha dado los Exocets que le negó Mitterrand, otro es Israel, que le ha vendido Mirages y misiles. Y aparte de los países entre los que encuentra benevolencia y aparte de varios traficantes de armas que venden bombas como la droga, que Dios los maldiga, están Ecuador, Perú y Venezuela.
Dolorido por semejante “golpiza” verbal y conceptual recibida, el militar intenta salir del cerco del mejor modo posible: Estos últimos son países hermanos. ¿Pero por qué me pregunta cosas que no puedo responder por razones de seguridad?
Fallaci, retoma aliento y apunta sobre el plano político interno: Santas palabras, señor presidente, pero suenan un tanto extrañas al oírlas pronunciadas por Ud., el representante de un régimen que no sabe qué hacer de la libertad y además la mata. La suya es una dictadura, señor presidente, no lo olvidemos…¿por qué pone a uno de los jefes de aquellos asesinos como comandante del puesto de las Georgias? Hablo, tanto por poner un ejemplo, del infame capitán Astiz que ahora se hace la víctima porque los ingleses lo tienen prisionero.
La respuesta del Presidente de Facto: El capitán Astiz pertenece a la marina como 500 otros oficiales que detentan su rango y su responsabilidad. Debido a su rango y a esa responsabilidad se encontró en aquel puesto de avanzada en las Georgias cuando recuperamos las islas. Las acusaciones contra él deben ser probadas, señora periodista, y como buena demócrata Ud. debería saber que una acusación no vale sin no se la prueba con testimonios y hechos (...)
En este punto la periodista italiana decide ir a fondo y definir la partida: Señor presidente, en cuanto a libros he leído, incluso demasiados sobre esta vergüenza. Y Ud. no puede comparar los desaparecidos con los soldados que mueren en la guerra. Un desaparecido es una persona que es arrestada o secuestrada por un grupo de paramilitares porque no piensan como Ud., grupos paramilitares que Uds. inventaron y ahora no controlan más y después son conducidos a la policía militar torturados hasta la muerte y sepultado sin su nombre en cualquier fosa común o quizás lanzado al mar o al río de la Plata. Y el resto son chorradas, disculpe la brutalidad.
Galtieri, a punto de desmoronarse decidió terminar la entrevista: Señora periodista... aquí estamos, junio de 1982, para afrontar el presente y el futuro del país... Lo que paso después es historia conocida.
Cuando Oriana Fallaci retorno a la Argentina, en 1983, hacia poco que el país comenzaba a construir la necesaria y anhelada democracia. No obstante, los vestigios de la dictadura estaban aun frescos y diseminados por doquier.
En conferencia de prensa, la Fallaci, siempre frontal, discute con algunos periodistas argentinos a quienes acusa de cobardes y colaboracionistas del régimen militar depuesto recientemente.
El día después, como era previsible en esos dias, Bernardo Neustadt, el controvertido periodista -acusado de colaborar con el proceso de la Junta Militar- invitaba a la Fallaci a su programa televisivo “Tiempo Nuevo”.
Neustadt, visiblemente molesto por lo sucedido el dia anterior, desde el inicio busco tomar la iniciativa: ¿No le parece un poco injusto tratar a todos los periodistas de colaboracionistas, de fascistas y de cobardes?
Inmutable, Oriana Fallaci responde: Los que estaban ayer en el incidente de la conferencia de prensa no eran ni muertos ni desaparecidos, eran los que habían colaborado con el régimen. En un momento se me ocurrió que si a esa gente le hubieran colocado un uniforme hubiera tenido enfrente de mí a los fascistas. Pero al decir todo esto lo único que yo pretendo es ayudarlos.
Neustadt replico: ¿Pero cómo puede ayudar de esta manera? ¿Cómo puede decir que todos los que no murieron estuvieron a favor del Proceso?
Fallaci lo espeto: Le voy a explicar algo: creo que el de ustedes es un problema de educación. Una amiga argentina me comentaba hace unos días que ella había nacido cuando subía Perón al poder, ahora tiene cuarenta y un años y votó solamente una vez. Ella fue educada bajo dictaduras militares, al igual que muchos otros ciudadanos de este país.
El conductor del programa asiente con sorna: Eso no es novedad, lo sabemos todos.
Entonces ella continúa: Bueno, justamente, cuando sucede una cosa así, ¿qué pretenden? ¿Quieren que yo venga y los felicite? Puedo criticar al fascismo argentino porque soy ciudadana italiana y nací bajo el régimen fascista. La libertad no es una novedad...
Neustadt dice con indignación: Mire, sinceramente no creo que necesitemos su aprobación, pero permítame dudar de lo que dijo antes sobre ayudarnos. Me parece que en el fondo usted quiere apagar nuestras últimas luces de esperanza.
Fallaci disparo a quemarropa: Personalmente usted no me interesa absolutamente nada, señor Neustadt. A mí me interesa el público argentino.
Neustadt quiso devolver el golpe: ¡Qué curioso!, no le intereso y, sin embargo, yo daría la vida por usted, daría la vida para que pueda aclarar lo ocurrido. Para eso la traje a este programa y tuve que soportar las críticas enfurecidas de todos.
Pero la Fallaci, experimentada en mil batallas: Yo sé que a usted le interesa el personaje, la que hoy llama la atención en todos los diarios. Me trajo para fingir una liberalidad. Insisto, el episodio de ayer fue fascista. ¿Qué es el fascismo? Es prohibir al que piensa distinto, es intolerancia, es opresión. Esas personas se comportaron en forma fascista creyendo ser antifascistas. Eso es lo trágico de esta cuestión.
Neustadt, bajando el tono caia bajo el peso de los conceptos vertidos por la dama: Aunque no comparto su visión tengo que reconocer que instalar esta reflexión me parece fundamental.
La mujer continúa argumentando: Así es. La libertad se logra con educación. Es un proceso muy largo que lleva generaciones, pero cuando su evolución se corta con golpes de Estado no se logra jamás. La búsqueda de esa libertad se hace en momentos pacíficos, como espero lo sea éste que comienzan. Si pudiera rezar junto a usted lo haría, porque este momento exige un gran esfuerzo, los argentinos van a tener que llenarse de tolerancia.
Neustadt intenta enfrentarla a sus colegas periodistas argentinos: Entonces, para cerrar el tema, ¿realmente piensa que el periodismo argentino es cobarde?
La Fallaci no duda: El periodismo no se puede dejar doblegar. Sin un periodismo de régimen una dictadura no puede sobrevivir. Sin un periodismo que acepta ser censurado y a la vez autocensura, las dictaduras no existirían. Lo mismo pasa con la televisión, sin una TV que acepta ser censurada, o que se autocensura, en fin, sin una televisión de régimen, las dictaduras no sobrevivirían.
El mitico “Berny” le propone un ping pong que Fallaci acepta tácitamente: Voy a decirle dos palabras para que se identifique políticamente con una de ellas:
• ¿Liberal o anarquista?
Yo escribí un libro que se llama Un hombre para refutar las etiquetas y las esquematizaciones. Si existe en el mundo una persona que no puede ser etiquetada, ésa soy yo. Ahora, si usted me quiere acusar en el terreno filosófico de ser una anarquista... bueno, lo acepto.
• ¿Usted es atea?
Sí, no creo en Dios sino en los hombres.
• ¿Tampoco cree en la familia?
¡Sí! ¡Adoro mi familia!
• Terminó nuestro encuentro o desencuentro –dice Neustad- espero que se lleve una buena impresión de la libertad de esta noche.
¡Espero que les dure! fue el deseo de la periodista.
La vamos a mantener, se lo prometo.
A pesar de continuar expresando opiniones anticlericales y declarándose en “La forza della ragione (La fuerza de la razon) "atea-cristiana", declaro públicamente su admiración hacia papa Benedetto XVI, que la recibió en Castel Gandolfo, en audiencia privada el 27 de agosto de 2005.
El encuentro debía mantenerse en secreto, pero la noticia fue hecha pública tres días después de la reunión, los contenidos del coloquio no fueron nunca revelados.
La Fallaci murió, en la capital de la Toscana, el 15 de septiembre de 2006 a los 77 años, debido al tumor que por años la había golpeado.
Yo, parafraseando a la Fallaci digo, con todo mi respeto: Gracias por esta leccion de libertad y democracia. Aquello que tenia para decir, lo ha dicho.