(Fuente: Revista Gente, Año 12
Nro. 612 – 14 de abril de 1977)
Sólo frente a
la muerte, sin esperanzas, el Mayor Argentino del Valle Larrabure, escribió
durante su cautiverio lo que le dictaban el dolor, la nostalgia y el recuerdo
de sus seres queridos. Este es su diario. Un documento que no se puede leer sin
lágrimas.
En pocos días la
Cámara Federal de Rosario podría considerar el asesinato del Coronel (post
mortem) Argentino del Valle Larrabure -por un Comando del ERP en 1974- como
Crimen de Lesa Humanidad.
“A Dios, que con tu sabiduría omnipotente has determinado este derrotero
de calvario, a tí invoco permanentemente para que me des fuerzas.
A mi muy amada
esposa, para que sobrepongas tu abatido espíritu por la fe en Dios.
A mis hijos,
para que sepan perdonar.
Al Ejército
Argentino, para que fiel a su tradición mantenga enhiesto y orgulloso los
colores patrios.
Al pueblo argentino,
dirigentes y dirigidos, para que la sangre inútilmente derramada los conmueva a
la reflexión para dilucidar y determinar con claridad que somos hombres capaces
de modelar nuestro destino, sin amparo de ideas y formas de vida foráneas
totalmente ajenas a la formación del hombre argentino.
A mi tierra
argentina, ubérrima y acogedora, escenario infausto de luchas fratricidas…,
para que cobije mi cuerpo y me dé paz.
Mi intención no es el insulto ni
formular personalismos. Más bien me impulsa a escribir este cautiverio que me
sume en las sombras pero que me inundó de luz. Mi palabra es breve, sencilla y
humilde; se trata de perdón y que mi invocación alcance con su perdón a quienes
están sumidos en las sombras de ideas exóticas, foráneas, que alientan la
destrucción para construir un “mundo feliz” sobre las ruinas.
Mis enemigos son medrosos y pusilánimes
ante iguales y superiores. Impulsivos, cortantes y autoritarios ante
inferiores, débiles, cautivos y desarmados. Valientes en las sombras, en la
sorpresa, en la espalda o en el insidioso dardo arrojado por detrás a su
oponente. En el cautiverio se corta abruptamente la relación con un medio,
formado por la integración de familia, trabajo y amigos. Se cae a una celda
estrecha, húmeda. Un escondrijo de ratas donde los carceleros encapuchados
juegan una suerte de duendes o de brujas.
Soledad de voces y ausencia total
de facciones vivas. La cara es reflejo del alma y los mentados “carceleros del
pueblo” son capuchas móviles, insensibles, endurecidos por resentimientos de
profundas raíces. Son carceleros sin alma.
SORPRESA Y
SECUESTRO
El asalto embozado y sorpresivo
constituye siempre el peldaño para secuestrar una persona que por la
investidura de un cargo, por la posibilidad de servir de rehén canjeable o para
negociar el cambio por millonarias sumas, se transforma en un ave apetecida de
quienes no siendo delincuentes comunes se vuelven mercaderes del dolo. Del dolo
para muchos no punibles, porque son ellos los secuestradores integrantes de
pseudo ejército que lucha por reivindicaciones populares. Son “luchadores
anónimos contra las injusticias populares”. No puedo imaginar qué ventura de
hálito bondadoso y sutil acaricia su accionar delictivo, qué hace que su
carroña se transforme en doradas mieses.
En esta tierra de gallegos y
tanos, donde el ser hijo o descendiente de inmigrantes es lo común, quién puede
cantar loas de discriminación racial, nadie. Sin embargo los hijos legítimos de
la tierra, los aborígenes, desaparecen víctimas de endemias y desposeídos
porque sólo aventan sus dolores los integrantes de congregaciones religiosas
que concretan en diversos rincones del país obras silenciosas pero de profundo
contenido humano.
Los poseídos de las inquietudes
marxistas-leninistas ignoran al aborigen porque el indio con su fuerza telúrica
vive en confines donde ellos no llegan. A veces llegan como en 1968: un tercer
mundista, el ex sacerdote Ferrari, y un grupo de ambos sexos llegaron a un
lejano poblado de Formosa. Agitaron ideas, reconvinieron la “injusticia
burguesa” que los tenía postrados en el olvido y la miseria, obsequiaron
víveres y antes de los quince días regresaron a sus posiciones “burguesas” en
Rosario. Pregunto: ¿no hubiera sido conveniente cumplir con el milenario refrán
“NO LES DES PESCADO, ENSEÑALES A PESCAR”?.
Estos poseídos de
transformaciones revolucionarias tras la sombra y la traición asaltaron la
Fábrica Militar, donde en mi carácter de ingeniero militar me desempeñaba como
subdirector. Eso fue una noche del 11 de agosto de 1974. Fue durante la
realización, en las instalaciones del casino de oficiales de la Fábrica Militar
de Pólvoras y Explosivos “Villa María”, de un acto “burgués” consistente en una
reunión social.
Sorpresivamente atacado fui
tomado como rehén por un grupo subversivo.
LAS HORAS
INICIALES DE MI CAUTIVERIO
Estar cautivo de estos
revolucionarios antiimperialistas, que arroban sus ideas en los “sobacos” del
imperialismo ruso, chino, francés o del imperialismo que nace de la
satisfacción de placeres fáciles, del sabor del poder asequible sin espera, del
dinero, diciendo ser antiburgués cuando huelen a burgués desde cuando se
amamantaban de los pechos de sus madres.
Estar cautivo de estos “próceres”
es como estar atrapado en una telaraña, donde sustraído del medio nos vemos
impotentes para liberarnos pero mantenemos la esperanza de una muerte.
Una “cárcel del pueblo” la titulan.
Lo del pueblo está demás, por cuanto se gobierna por sus legítimos
representantes. ¿Qué representan quienes se arroban el derecho de hacer purgar
culpas con carceleros con capucha?.
Es necesario preguntar qué se
proponen los siniestros cultores de estas cárceles, que medran con la violencia
para lograr dinero, para financiar sus aparatosos y burocráticos sistemas de
“delincuencia” revolucionaria. Burócratas carceleros con capucha.
MOVILES DEL
ACCIONAR SUBVERSIVO
La subversión en su estrategia y
en su táctica busca crear el caos nacional.
En la estrategia están los
revolucionarios burgueses, con coches, mujeres, departamentos, buenas “pilchas”
y cuentas en el extranjero.Su escenario es multinacional, hablan de “revolución
de América latina” y sus representantes se reúnen en Praga, para recibir
instrucciones de un “buen señor maestro en revoluciones”,que como es de suponer
no se llama García, Fernández, Pérez o algún otro patronímico de origen
español, itálico, común a nuestra vena, que nació con la corriente arrolladora
de la inmigración. Venerados revolucionarios como nuestro máximo representante
del partido comunista, el señor Victorio Codovilla, que murió en Moscú, donde
fue enterrado. Pregonan que el poder sólo será conquistado por la lucha. Y la
lucha, por las características de sus organizaciones será larga, insidiosa,
sucia.
ME LLEVAN A UNA
CELDA
Privado de mi libertad me
encontré en un refugio húmedo, sin luz natural, lejos de ruidos y celosamente
custodiado por encapuchados cuyos cambios de guardia constataba por el calzado
que usan o por las manos. Manos en general jóvenes, con pieles tersas, clásica
de la potencialidad física propia de la juventud, ávida por vivir, por
aprender, por su esperanza en el futuro, por su intolerancia con la espera. Estos
son mis carceleros, mis jóvenes encapuchados que resignan con su agresiva
actitud la milenaria disposición que caracteriza a la juventud por su ternura,
por su amor.
Omití referirme al traslado que
de mí hicieron mis “benévolos captores”. Inyectarme un alucinógeno y cuando
horas más tarde desperté me encontré en otro abyecto canil. Me desperté
aturdido, tendido en un camastro, mi cabeza llena de zumbidos, mis ojos
pesados, sin poder entreabrirlos. La luz de un tubo fluorescente hería mi
retina. El techo, de unos dos metros de altura, mostraba su superficie de
ladrillos huecos premoldeados. Mi “espaciosa” celda es un cuadrilátero de 2,20
de largo por 2 de alto y 1 aproximadamente de ancho. Aprecio que mi celda es
una excavación porque carece de ventanas y una de las paredes laterales está
burdamente revocada a cemento. El frente es de idéntica composición. El
contrafrente es una pared de ladrillos huecos y una reja de aproximadamente 40
por 60 y el costado una divisoria de madera compactada. Una puerta de igual
material da a un pasillo, donde existe otra lúgubre y húmeda celda.
Esa puerta de mi canil se cierra
desde el pasillo. Este, a su vez está cerrado por una puerta de hierro, de las
comunes puertas de calle, que da a un estrecho pasaje que lleva a una escalera
de madera. La escalera tiene ocho peldaños y es sumamente empinada. Desemboca
en un placard, cuyo piso de quita y pon cubre el acceso y dificulta cualquier
control somero. Dos tubos de plástico negro de unos dos centímetros de diámetro
conectan con el exterior y permiten la aireación mediante un extractor
eléctrico cuyo funcionamiento depende de mis captores. Yo padezco la terrible
desventura de pensar que puede dejar de funcionar y aumenta mi congoja de
sentirme ahogado en este nicho donde el aire húmedo y enrarecido aumenta el
asma que quebranta mi fuerza física.¡Oh, Dios, no me castigues muriendo
ahogado, asfixiado, desesperado...!
CUANDO NO HAY
DIAS NI NOCHES
Estoy confundido y quiero ordenar
mis ideas. No sé de noches ni de días. Las horas no están marcadas por reloj.
Me son dichas por mis “piadosos” carceleros encapuchados y por Radio Rivadavia,
que ellos sintonizan y me hacen escuchar mientras me vigilan. Aquí, en este
maldito subterráneo, en esta odiosa ratonera, los hombres me privan de percibir
el día por el sol, por la luz, por el volar de los pájaros, por el cielo
diáfano y celeste que nos llena de esperanza; de la noche, por la oscuridad,
por la luna, por el titilar de las estrellas que nos hablan el lenguaje de
lejanas galaxias.
El tiempo, en su inexorable
derrotero, transcurre suave y feliz precisamente cuando oscuras nubes no
ensombrecen nuestras vidas. Pero hoy, prisionero, sin entender la razón de mi
cautiverio, el tiempo sólo sirve para dimensionar un tiempo transcurrido y un
futuro cada vez más cerca de mi muerte o de mi liberación…¡Oh Dios! ¿Podré un
día encandilar mis ojos con la luz del sol y palpitar mi corazón agitadamente
junto a mi amada esposa, hijos y demás queridos?
Me han dado un lápiz y borradores
y ya he confeccionado mi propio calendario.
Mis carceleros me han brindado
entrevistas para hablarme de política. Por supuesto, de política revolucionaria
empapada de Mao Tse Tung, Regis Debray, Giap, Ho Chi Minh, Guevara y demás. Les
he expresado que mi formación es eminentemente técnica y no siento vocación y
prácticamente me fastidia la política. Para prepararme me han entregado la
bibliografía correspondiente y persisto en mi obstinación de mi poco apego a
tales estudios e insisto en que deseo libros de matemáticas, física o química.
Afortunadamente me hacen llegar libros de matemáticas y el estudio pone su
aporte de terapia laboral a mi largo cautiverio.
Este vivir sin querer vivir, este
transcurrir del tiempo sin ser dueño de él me hace volcar a diario a profundas
meditaciones. Ellas me reencuentran con Dios, en quien deposito mi esperanza,
de quien guardo infinita fe y me someto sumiso al destino que me dé y al
recuerdo permanente de mis seres queridos, que vivirán una pesada cadena de
dolor por esta separación e incertidumbre de mi destino.
EL RECUERDO DE
UN LIBRO
Las marañas en este largo tiempo
que dispongo traen a mi memoria un libro que leí hace más de 20 años. Se trata
del libro titulado, ”Mis prisiones”, de Silvio Pellico.
En él, el autor compone una
autobiografía en que cuenta su prisión por causas políticas, allá por el año
1820. Estaba segregado en una celda pero disponía de carceleros sin capuchas,
que ya en el primer día se ofrecen a comprarle vino y se horrorizan al saber
que Pellico no bebe, por cuanto entonces, según ellos, se le hará insoportable
la soledad de la prisión. Son carceleros que en sus caras, en sus mejillas,
traducen alguna consideración por los que sufren.
Pero el autor de Mis prisiones
relata que en la soledad y el silencio de su celda se reconforta con su
devoción a Dios y el recuerdo de los seres queridos que añora. Muy pronto, una
Biblia le permitirá deambular en profundas meditaciones y muy pronto también se
acerca a las rejas de su celda un niño, hijo de ladrones, que vive y crece al
amparo de la cárcel donde su padre purga una pena. Pellico le arroja un pan, y
advierte que el niño es sordomudo. El pequeño agradece con cariñosos gestos y
así a diario se entabla una mutua comunicación por señas y muestras de gratitud
del niño, que arrastra sus signos de desgracia en su sordera, en su mudez y el
origen envilecido de un padre ruin.
La falta de distancia, la visión
del día y de la noche, la mirada de piedad y consolación, la comunicación
interior y exterior, la mirada a cara descubierta de los carceleros, el cruce
de miradas amigas de otros presos con igual destino, con un médico viejo pero
de amplio sentido humano, que brinda la autobiografía de Silvio Pellico, es un
sustento que falta en esta “moderna y justiciera cárcel del pueblo”.
NO ES UN MEDICO:
ES UN VERDUGO
Muy pronto, y como consecuencia
de la estación primaveral que finaliza la temperatura va aumentando. Llegan las
horas en que el aire se va enrareciendo. Hay en mi “canil” un gran porcentaje
de humedad, y mi crónica afección asmática se ve recrudecida. Son solícitos en
prodigarme asistencia médica. Un galeno con capucha viene, me ausculta y
realiza una prolija revisación, le indico con sumo detalle otras dolencias
físicas que me atormentan en el cautiverio: constantes dolores de cabeza, ardor
estomacal producto de frecuente acidez, continuos deseos de orinar y un
insomnio cruel que lacera mis quebrantados nervios. No veo la cara del médico,
sus manos son de un hombre joven, de voz pausada y suave. Su examen, su
presencia, constituyen una comunicación con el mundo exterior que llena mi
espíritu de esperanzas, quizás inútiles, pero son peldaños de ilusiones, por
cuanto un médico, un discípulo de galeno, un hombre que juró por Hipócrates, es
un hombre con una formación, con una concepción humana que lo hace respetar al
hombre, amarlo, cuidarlo, mejorarlo y aún ayudarlo a morir con esperanzas.
Esta concepción es una expresión
acunada en mi fe en el hombre, en el hombre hecho a manera y semejanza de Dios.
Pero no todos los hombres han recibido la luz de sus buenos maestros.
Con el médico estuve parlanchín y
referí fluidamente mis dolencias. Estas persisten y por ello me parece propicio
pedir que nuevamente un médico me atienda de mis problemas de salud.
Quiero la presencia del médico
porque quizás pueda hablar con él de tal manera que además de mis males físicos
pueda confiarle los dolores que oprimen mi espíritu. Quizás el pueda
comprenderme y constituya el madero que en el naufragio llega con su sostén
providencial. Si, medito y hablo conmigo mismo para repetirme: el médico me
habrá de comprender y tendré por él la posibilidad de llevar a mi familia una
comunicación un tanto directa y providencial, portadora de un hálito de fe y
esperanza, en esa carrera de desventura que viven los míos. Despliego el envase
de cartón de uno de los medicamentos y en su parte interior escribo mi mensaje
de desesperado extraviado: ”Por favor, doctor, hable a Buenos Aires, al número...
y diga que estoy bien... “.
El médico de acuerdo con mi
pedido viene nuevamente. La revisación es prolija. Mi relación de mis
malestares es sumamente esclarecedora pero reiterativa. El médico observa,
escucha, ausculta, toma nota y me aporta su cuota de tranquilidad, expresándome
que las nuevas medicaciones habrán de superar los pesares que sufro. En un
instante en que el carcelero no observa, discretamente llevo a la mano del
doctor mi mensaje y en mis ojos imploro que acepte ese compromiso de
solidaridad con un ser humano quebrantado por un injusto cautiverio. La capucha
asiente afirmativamente. Pero en ese asentimiento pude ver sus ojos, y nació en
mi de inmediato el firme convencimiento de que la capucha es solo estuche de un
hombre que está técnicamente preparado para ejercer la medicina, pero carente
de sentido de piedad. Más bien es un hombre con cualidad de verdugo. Sí, éste
es indudablemente el hombre nacido para manejar el hacha que secciona una
cabeza en el cadalso, donde cae brusca, sanguinolenta. Donde un torso y
extremidades dan estertores convulsivos al ser tocados por una súbita muerte.
Al ver sus ojos he visto la malicia calculadora del sádico, que siendo médico
sólo tiene el alma carnicera del verdugo. La negra tela de la capucha que
trasunta la mejilla desencarnada de la muerte me espera paciente. En una espera
que procura lenta para gozar de mi impotencia y de mi desesperanza, pero se
nutre en su ansia fatídica, en que su cautelosa acechanza no será vana. El
médico se fue con mi esperanza y mi duda. Amargo sabor de hiel el de esos ojos
glaucos y fríos que vi en el orificio de la capucha, ojos de aves voraces que
gozan de que la carroña de mi cuerpo sea devorada en amarga espera.
La esperanza se desvanece como
letras escritas en la arena...
UN DIALOGO
TERRIBLE
Después del mensaje frustrado que
intentara cursar con el médico, hay una velada obstinación en observarme.
Trabajo en mantener limpia y ordenada mi ratonera y estudiar diariamente
matemáticas en el texto que me trajeron, además de papel borrador y lápiz. Esto
constituye mi evasión y me posibilita la redacción de estos apuntes que hasta
hoy he podido esconder de mis trabajos.
Mi certidumbre se afianza con la
visita de un encapuchado que me dice: “Mayor, no se desespere y no trate de
quebrantar su prisión. En la cárcel del pueblo Ud. permanece porque el Ejército
al que usted pertenece, lo ha abandonado”.
“No estoy abandonado”, le
respondo, “estoy acompañado por la fe infinita de Dios y por el amor de mis
seres queridos, amigos y mi Ejército, que no me abandonará jamás, porque en él
se forjó mi carácter, porque él perfeccionó mi intelecto y porque en él aprendí
muy joven a aceptar y saber esperar a la muerte con templanza”.
“Usted, mayor, tiene una evidente
inestabilidad emocional, y habiéndolo abandonado su Ejército, Ud. puede lograr
su libertad.”
“¿Lograr mi libertad a cambio de
qué?”
“Mayor, Ud. es especialista en
armas y explosivos. Acepte Ud. trabajar como asesor para las fábricas de
nuestra organización y será libre”
“Por ese precio, no...Sólo la
muerte, que sabe a la pureza del fruto no corrompido. Morir, pero por ideales
que están al amparo de símbolos que nos conmueven el espíritu con la visión de
una nación altiva. Ricas pampas, ríos caudalosos, mocetones que sienten la
Patria por la pureza de sus corazones libres y que ignoran cánticos foráneos y
estrellas imperialistas de cinco puntas teñidas de rojo ¡Oh, muerte apetecida,
te espero fiel a mi Patria y a mi Ejército!”
“Larrabure, Ud. tiene un
desequilibrio emocional que no le permite apreciar exactamente su situación.
Piense y hablaremos...”
“¡Sí, hablaremos para que cada
vez que se consolide más mi fe y mi fidelidad!”
“Hablaremos, Larrabure...”
CIGARRILLOS
IMPORTADOS
Quedo acalorado, nerviosos,
tembloroso, y me arrojo en mi camastro, enardecido. Cuento los pasos de los
peldaños de la escalera mientras por la reja mi guardia encapuchado sigue
atento a mi actitud, busca la respuesta del diálogo en mi soledad. Tendido de
cara al techo miro los ladrillos huecos de cerámica y arcilla cocida. Qué
destino impío el tuyo, naciste para techo tibio de un hogar y hoy vives como pared
estrecha de celda. Estás enlazado a viguetas de hierro y cemento, cuarenta
centímetros me aíslan de la superficie. Arcillas quebradizas, frágiles, el tubo
de luz fluorescente con sus cables conductores me pueden posibilitar electrizar
la puerta de hierro o la reja de mi celda, pero todo esto es una esperanza,
porque siempre están los ojos vigilantes del guardia que me mira silencioso en
su capucha.
Hijo mal parido sería trocar este
mísero encierro por una libertad física, mientras mi alma se envilece con el
fango de estos miserable. Mi capacidad técnica la posibilitó mi Patria para
ponerme al servicio de una sociedad, la sociedad argentina. Que no obstante sus
imperfecciones ha dado siempre muestras de igualdad de posibilidades, es una
sociedad abierta.
Esos, mis encapuchados, se han
prestado a una revolución con el desenfreno de la juventud, con cánticos de
Marx, de Mao, de Giap, el Che Guevara, Ho Chi Minh y Truong-Chnik en “la
resistencia Vietnamita vencerá”. Están en la revolución. Entraron ayer, hoy son
sus prisioneros y seguirán, porque hay que seguir como el río que no se
detiene, es estar en el deleite de horas de zozobras y de luchas. Mientras me
cuidan, fuman, y las volutas del humo de sus cigarrillos importados huelen a
burgués y me ahogan en la estrechez de mi pocilga. El asma altera mis nervios y
mis sentidos están atentos a que el extractor de aire no me traicione. El humo
de los Camel me hace mucho mal. Humedad, humo, y creo sentir croar de ranas,
ranitas verdes que podrán mirar las estrellas de un cielo inconmensurable. A
diario, motores de automóviles ponen una nota acústica a mi vida. Son mis
carceleros, que, atados al desvarío de sus pasiones, son prisioneros de
ignorados duendes, integrantes de una organización, en su interior han palpado
sus impudicias, el desborde de poder de sus jefes, el cambio de rutas que
marcaban los objetivos de su lucha, el nacimiento de una burocracia en su
estamento que la torna tan impúdica como la burocracia que era motivo de sus
luchas.
Pero ya están en el E.R.P., están
en un torbellino, y como las aguas buscan un desnivel, éstos “revolucionarios”
ruedan y llega un instante que no saben por qué y para qué, pero ruedan. No
sería justo objetar la alimentación. Mis carceleros me alimentan bien. Creo que
ellos piensan: “barriga llena, corazón contento”. Cuán distante esta mi
pensamiento en prodigar alimentación a mi cuerpo para que como una vela no se
extinga por falta de estearina. ¡Sin embargo, mi salud decrece, siento
altibajos emocionales, insomnio, inapetencia, indisposiciones estomacales y una
aguda cistitis. Mi pequeña celda con su inodoro portátil que me retiran a
diario, la estrechez, la impotencia y esos ojos de capucha que me vigilan tras
la reja crispan mis nervios.
“QUIERO MORIR
DE PIE”
“Hago gimnasia moviendo mis
brazos y piernas en flexiones interminables, pues quiero fatigarme. La fatiga
me prodigará el sueño. A pesar de ello no puedo dormir y debo recurrir al
carcelero para que me facilite un barbitúrico. Me entregan un Valium de 5
miligramos. Solamente con la ayuda de esta droga logro conciliar algunas horas
de descanso con un sueño profundo y relajado.
En este mi retiro obligado medito
que es necesario disponer de una profunda vida interior para sobreponerse a la
desventura del cautiverio, de la soledad, de la angustia por el recuerdo de
seres queridos sin llegar al extravío, a la enajenación. Busco fuerzas en mi
espíritu azotado para superarme, para no quebrantarme, para no claudicar, para
morir con Dios, que estos pervertidos sin fe apostrofan, pero también tengo
lucidez para comprender que en algunos momentos los zumbidos que castigan mi
cabeza me sumen en un estado de inconciencia y siento voces hablar de personas
muy caras a mi corazón.
Calladamente rezo pidiendo a Dios
que no me abandone en una locura humillante. Quiero morir como el quebracho que
no entrega su figura de árbol rudo sin exigir el esfuerzo del hachero en
prolongadas transpiraciones. Quiero morir como el quebracho, que al caer hace
un ruido que es un alarido que estremece la tranquilidad del monte. Quiero
morir de pie, invocando a Dios en mi familia, a la Patria en mi Ejército, a mi
pueblo no contaminado con ideas empapadas en la disociación y en la sangre.
¡Oh, Dios misericordioso, te pido humildemente me concedas esta gracia! ¡Dad a
mi espíritu tu protección generosa para que mi vida cese como la serena llama
de una vela que se extingue!.
En mi calendario, donde marco los
días tan amargos de mi cautiverio, hoy tiene para mí una significación muy
especial. Me siento convulsionado, angustiado, una profunda pena oprime mi
pecho. Me siento sumamente tensionado, nervioso. Mi mente se agita y parece
percibir no sé qué conjunto de sensaciones extrasensoriales y me invade una
desesperante intención de gritar, de llorar, de patear el tabique de mi celda,
mientras los ojos vigilantes del joven de capucha siguen inquisidores mi
movimiento nervioso en la estrechez de mi ratonera. Por la noche, de cuya
llegada me entero por la hora oficial de Radio Rivadavia, ya que en esta cárcel
subterránea la vida pasa sin día ni noche, sólo hay la luz de un mísero y
precario tubo fluorescente, mis nervios no me permiten conciliar el sueño. En
mi perseverante meditación he comprendido que el estado de paroxismo es
producido por un hecho irreversible. Siento la laxitud de haber captado un
mensaje de despedida de un ser muy querido. Quizá mi esposa, mi madre, mis
hijos, mis hermanos. El desasosiego de mi incomunicación me lleva a una gran
agitación, pero estoy seguro, convencido plenamente que un hecho luctuoso abate
el seno de mi familia.
¡Es una prueba más de Dios, y yo
la acepto!. Que negra noche cae sobre mi dolor y mi impotencia.
NAVIDAD Y AÑO
NUEVO
Las fiestas navideñas son fiestas
de hogar, donde la familia cristiana se reúne para memorar el nacimiento de
Jesús en el humilde pesebre de Belén. Esas reuniones de familia con ecos de
agradables villancicos constituyen un bagaje muy caro a la recordación de un
cautivo caído en la crueldad de una estrecha mazmorra. Melancólicos recuerdos,
lágrimas y una espera sin esperanza, mientras los ojos de avecilla negra que me
observan están ausentes de todo calor de cánticos navideños. ¿Hijos de quien
son estos seres? ¿Observan alguna tradición?
Son subversivos sin familia y sin
fe. Su tradición es la sangre, su símbolo no la estrella de Belén sino la
horrenda estrella roja de cinco puntas.
Pero Navidad pasa con una
profunda pena en mi corazón y muy pronto el año nuevo, 1975, será quizás el año
de mi desenlace. La despedida del año y el escuchar en la noche el ruido de cohetes
me atormenta y me sume en una profunda depresión. Pienso en los míos, a quienes
la llegada del año nuevo constituye la apertura de un nuevo año y un nuevo
sendero sin esperanzas.
Estas dos fechas marcan etapas
muy dolorosas y siento una depresión que me obnubila. Mi insomnio persiste y
comprendo que mi estado emocional sufre alteraciones que se acrecientan. Creo
en algunas oportunidades que pierdo el sentido y me sumerjo en una somnolencia
que verdaderamente es un estado de verdadera inconciencia. Escucho gritos, voces y sirenas.
Este estado anímico tan especial
pienso, es producto de un lento envenenamiento a que me someten mis captores.
Son frecuentes mis trastornos estomacales: creo que ya estoy al borde del
abismo.
El 4 de enero sorpresivamente sentí
voces de mi hija, y salí en su búsqueda, y me encontré con tres hombres y una
mujer joven que hablaban en una habitación. Les ví sus caras y la contracción
de sus mejillas, su palidez ante el peligro que supone la presencia inusitada
de un hombre cautivo que los encuentra desarmados. Lamentablemente mi estado de
alucinación y mi salud quebrantada no me ayudan en la gresca que se origina.
Pude pegar, rompí un vidrio, pero fui desvanecido por mis siniestros carceleros
y cuando desperté me encontré maniatado de pies y manos en mi camastro. Así
permanecí durante tres días en que con más severa vigilancia se me desataba
para alimentarme y para usar mi inodoro portátil. Maniatado, dolorido por los
golpes recibidos, me sentí afiebrado. Me brindan asistencia médica y luego de
ese...
El relato se interrumpe en este
punto. Poco después Larrabure sería torturado y asesinado.
El Articulo 7 del Estatuto de Roma
de la Corte Penal Internacional establece:
Crímenes de lesa humanidad
1. A los efectos del presente Estatuto,
se entenderá por “crimen de lesa humanidad” cualquiera de los actos siguientes
cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una
población civil y con conocimiento de dicho ataque: a) Asesinato;
b) Exterminio;
c) Esclavitud;
d) Deportación o traslado forzoso de
población;
e) Encarcelación u otra privación
grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho
internacional;
f) Tortura;
g) Violación, esclavitud sexual,
prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada o cualquier otra
forma de violencia sexual de gravedad comparable;
h) Persecución de un grupo o
colectividad con identidad propia fundada en motivos políticos, raciales,
nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género definido en el párrafo
3, u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al
derecho internacional, en conexión con cualquier acto mencionado en el presente
párrafo o con cualquier crimen de la competencia de la Corte;
i) Desaparición forzada de personas;
j) El crimen de apartheid;
k) Otros actos inhumanos de carácter
similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente
contra la integridad física o la salud mental o física.
2. A los efectos del párrafo 1:
a) Por “ataque contra una población
civil” se entenderá una línea de conducta que implique la comisión múltiple de
actos mencionados en el párrafo 1 contra una población civil, de conformidad
con la política de un Estado o de una organización de cometer ese ataque o para
promover esa política;
b) El “exterminio” comprenderá la
imposición intencional de condiciones de vida, entre otras, la privación del
acceso a alimentos o medicinas, entre otras, encaminadas a causar la
destrucción de parte de una población;
c) Por “esclavitud” se entenderá el
ejercicio de los atributos del derecho de propiedad sobre una persona, o de
algunos de ellos, incluido el ejercicio de esos atributos en el tráfico de
personas, en particular mujeres y niños;
d) Por “deportación o traslado
forzoso de población” se entenderá el desplazamiento forzoso de las personas
afectadas, por expulsión u otros actos coactivos, de la zona en que estén
legítimamente presentes, sin motivos autorizados por el derecho internacional;
e) Por “tortura” se entenderá causar
intencionalmente dolor o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, a una
persona que el acusado tenga bajo su custodia o control; sin embargo, no se
entenderá por tortura el dolor o los sufrimientos que se deriven únicamente de
sanciones lícitas o que sean consecuencia normal o fortuita de ellas;
f) Por “embarazo forzado” se
entenderá el confinamiento ilícito de una mujer a la que se ha dejado
embarazada por la fuerza, con la intención de modificar la composición étnica de
una población o de cometer otras violaciones graves del derecho internacional.
En modo alguno se entenderá que esta definición afecta a las normas de derecho
interno relativas al embarazo;
g) Por “persecución” se entenderá la
privación intencional y grave de derechos fundamentales en contravención del
derecho internacional en razón de la identidad del grupo o de la colectividad;
h) Por “el crimen de apartheid” se
entenderán los actos inhumanos de carácter similar a los mencionados en el
párrafo 1 cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión
y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre uno o más grupos raciales y
con la intención de mantener ese régimen;
i) Por “desaparición forzada de
personas” se entenderá la aprehensión, la detención o el secuestro de personas
por un Estado o una organización política, o con su autorización, apoyo o
aquiescencia, seguido de la negativa a admitir tal privación de libertad o dar
información sobre la suerte o el paradero de esas personas, con la intención de
dejarlas fuera del amparo de la ley por un período prolongado.
3. A los efectos del presente
Estatuto se entenderá que el término “género” se refiere a los dos sexos,
masculino y femenino, en el contexto de la sociedad. El término “género” no
tendrá más acepción que la que antecede.
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