"Escribid con amor, con corazón, lo que os alcance, lo que os antoje. Que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea incorrecta; será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie; pero; bueno o malo, será vuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá prosa, habrá poesía, habrá defectos, habrá belleza." DOMINGO F. SARMIENTO



viernes, 22 de agosto de 2014

MUSICA DES-CONGELADA

Por el Prof. Arq. Jorge Alberto Garrappa


La definición de arquitectura que más me seduce es aquella acuñada por Le Corbusier: “Es el juego sabio y magnifico de volúmenes agrupados bajo la luz”.

Me seduce porque -en pocas palabras- deja liberado un inmenso contenido metodológico, procedimental, tectónico, perceptivo y emotivo del quehacer del arquitecto.


Es un juego

Porque lo lúdico es siempre atractivo, alegre, divertido, apasionante, atrapante y extremadamente agradable al espíritu.

Es un juego sabio

Pues la sabiduría conlleva el dominio del saber y del hacer de una disciplina de alta complejidad como es la arquitectura.

Es un juego magnífico

Porque nace de la necesidad humana, se desarrolla en un mar de cruciales decisiones profesionales y debe culminar con la satisfacción plena de la necesidad que le dio origen.   

Es un juego de volúmenes agrupados...

En efecto, el espacio debe ser “envuelto en cajas tridimensionales” –físicas o virtuales- interconectados entre sí de la manera más razonable y eficiente.

Todo… bajo la luz

La presencia de la luz nos hace posible ver todas las cosas, percibir sensiblemente las formas, perfiles, siluetas, planos, curvas, penumbras y sombras; es decir, la naturaleza y la arquitectura.

Es la luz, el mejor atributo de la buena arquitectura? Seguramente.


Otra sorprendente definición de arquitectura es la de Arthur Schopenhauer: “Arquitectura es música congelada”!

El lenguaje metafórico es la mejor forma de expresar pensamientos y enriquecer el lenguaje.

Es música

Tal vez, por la similitud de códigos y signos con que se realizan y se comunican tanto una composición musical como una composición arquitectónica.

Tal vez, por la diversidad de instrumentos que deben participar en la “materialización”, tanto de la pieza musical como aquella arquitectónica.

Tal vez, por la particular y personal impronta que le debe transmitir el director a sus músicos para sacar de ellos -los ejecutantes- lo mejor.

Congelada

Tal vez, porque Schopenhauer interpreta que la arquitectura carece de la “dinámica” que tiene la música. De cualquier manera esta metáfora atraviesa cualquier especulación que podamos hacer.

La "idea", expuesta por el filosofo alemán, congela de alguna manera el movimiento propio de la música y, al mismo tiempo, limita a la arquitectura a una fotografía, a una imagen congelada de un edificio.

En tal sentido, sería muy lamentable comprobar el éxito que la sentencia de Schopenhauer tendria en la actualidad.

Mucho más lamentable seria verificar que, desde las escuelas y los medios de comunicación de masa, se postula como arquitectura aquellas imágenes “congeladas” de ciertos iconos edificados y encorsetados en “estilos” sin identidad.

No menos magnifica resulta la sintesis de Ludwig Van Beethoven: "La arquitectura es una musica de piedras y la musica, una arquitectura de sonidos".

Es bastante fácil comprender que, el gran maestro, se refiere concretamente a la composición.

En ella –la composición- radica el verdadero talento y capacidad del artista para adecuar distintos elementos dentro de un espacio combinándolos, de tal forma, que todos ellos sean capaces de aportar un significado a la totalidad de la obra.

Mi intención, respecto a la relación dialéctica arquitectura-música, es ir más allá de disquisiciones filosóficas o científicas.

Más bien pretendo exponer lo que genera la música durante el proceso creativo de la arquitectura.

Contra ciertas opiniones y reglamentos -que pretenden “penalizar” la utilización de música en las aulas- yo afirmo definitivamente que el resultado obtenido en estos procesos es excelente.

Desde hace años, en mis cátedras de la Escuela Técnica y de la Facultad de Arquitectura, escuchamos música mientras realizamos trabajos prácticos y de taller.

El “Nessun dorma” de Giuseppe Verdi, arranca inicialmente sonrisas y algún que otro murmullo socarrón entre los alumnos. La mayoría, poco habituados a escuchar música clásica.

Sucede que las radios y la televisión ya no difunden esta música con la frecuencia que deberían hacerlo.

Al cabo, el silencio se adueña de la clase o, mejor dicho, la música llena esos espacios intersticiales que están vacios.

Ya plenamente desbordadas las compuertas auditivas, la música inunda el alma y acompaña dulcemente la actividad creativa de los jóvenes estudiantes.

La música es capaz de “descongelar” las imágenes y sensaciones arrumbadas en los más recónditos rincones de la mente y del corazón humano.

Actúa como aglomerante. Como lo hace cemento que, en contacto con el agua, aglutina los áridos del hormigón transformando esa mezcla en una roca artificial.

Ni más ni menos, la música, en contacto con el alma, puede ligar la imaginación, la pasión, la técnica, la teoría y hasta la comunicación de las ideas e invenciones.

Ahora, apenas iniciado un examen parcial o final, siempre estresantes por cierto, los alumnos me solicitan escuchar música clásica de fondo.

Una vez más, el silencio se adueña del aula o, mejor dicho, la melodía satura el espacio favoreciendo una mayor concentración.

En esa atmosfera agradable, el stress se diluye y la relajación de los músculos permite pensar de manera descontracturada, la problemática específica.

Otros géneros musicales, mas rítmicos y populares, también colaboran a “levantar el ánimo” luego de una clase de Algebra, Calculo o Filosofía.

Al promediar el año, la producción creativa y la alegría de aprender haciendo, se ve incrementada considerablemente gracias al empleo metodológico de la música durante el proceso de aprendizaje de la arquitectura.

De hecho, desde la cátedra se induce al alumno a descubrir la relación estrecha entre ambas artes superiores de la humanidad a lo largo de la historia.

La música y la arquitectura llegan a todo el mundo sin distinción de clase, religión o raza. Sus lenguajes son universales.

El concepto o idea generadora, los espacios, las líneas, las claves, la simetría, la jerarquía, el ritmo, la repetición, las variaciones, los silencios o, simplemente, la transformación, son atributos comunes.

A esta altura debo decir que, por ser músico y haber crecido en una familia de músicos, resulta algo más sencillo comprender los beneficiosos efectos de la música sobre los sentimientos de las personas.

Se dice, por otra parte, que algunos no tienen oído musical. No es verdad. Todos tenemos oído musical.

Benjamín Zander afirma que: “una persona sorda musicalmente no podría cambiar las marchas de su auto, no podría diferenciar uno de Texas con uno de Roma ni tampoco podría reconocer la voz de mama al teléfono”.

Esto, echa por tierra la falacia de asegurar que la música clásica es solo para “entendidos”.

La buena música, la música más completa que existe, posee tal belleza que difícilmente persona alguna lo pueda soslayar.

De qué manera, la música influye en las personas?

Pues sirviendo como estímulo de emociones y funciones orgánicas. Obviamente, para que esto se dé, la música debe cumplir ciertos requisitos: que guste al oyente, que lo emocione y que, las circunstancias en que se la escucha, sean las adecuadas.

Según la musicoterapeuta, Dra. Serafina Poch Blasco (1), “afecta a la bioquímica del cuerpo, acelerando o ralentizando todas las funciones orgánicas. También actúa sobre nuestro sistema nervioso central con efecto sedante, estimulante, deprimente, alegre, etc.

La música facilita el proceso de aprendizaje porque activa una enorme cantidad de neuronas. Ayuda a desarrollar la inteligencia forzando al oyente a seguir diversos razonamientos a la vez, voces o melodías de la composición musical.
-Puede despertar, evocar y fortalecer cualquier tipo de emoción.

-Puede provocar la expresión de uno mismo.

-Puede iniciar al oyente en la reflexión y a mejorar su pensamiento lógico, preservando su creatividad.

-Puede estimular la imaginación y ayudar a desarrollar la creatividad.

-Puede ayudar a desarrollar la memoria, el sentido del orden, la capacidad de atención sostenida y el análisis.

-Puede ser una fuente de placer, semejante al juego, debido a la constante variación de los sonidos musicales.”

En un reciente viaje a Buenos Aires, con alumnos de 5to. Año de la tecnicatura de Maestro Mayor de Obras, visitamos la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UBA, entre otras cosas.

En la oportunidad, un grupo bajaba de los pisos superiores buscándome para hacerme ver algo que los había sorprendido.

En efecto, después de subir las anchas escaleras de hormigón, me condujeron al taller de morfología.

Allí, decenas de alumnos “croquizaban” con las más diversas técnicas de dibujo, mientras desde unos bafles gigantescos llegaba la música clásica a buen volumen.

“Profe, usted tenía razón, acá también los alumnos trabajan mientras escuchan música”, me dijeron.

La atmosfera creada en ese gran taller de la UBA era magnifico. El trabajo era incesante, la concentración alta y los productos obtenidos de muy buena calidad.

“La música ayuda a no sentir dentro, el silencio que hay afuera” diría Johann Sebastián Bach.

Debo reconocer que un gran alivio y satisfacción invadió mi alma. Y ya no me sentí como Don Quijote luchando contra los molinos de viento.
  1. “Compendio de Musicoterapia” -Vol. I (1999, 2002), Vol. II (1999)-Editorial Herder, Barcelona).

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