Ivan Jorge BARTOLUCCI (Paris, 11/03/2017)
Trompadas e insultos
exaltados en el acto de la CGT en
el centro de Buenos Aires, trompadas e insultos en la manifestación por el Día
de la Mujer frente a la catedral de la misma ciudad, insultos e intervención
desproporcionada de la policía en una playa de Necochea. ¿Existe un nexo entre
estas tres explosiones de violencia? A mi ver, sí y no.
No, porque los motivos y el mensaje que los puños y las palabrotas
querían expresar en sendos eventos son diferentes y no deben ser confundidos.
Pero sí, porque estos eventos demuestran una carga difusa de violencia, de
intolerancia y mismo de ferocidad. Esto es preocupante porque denota un estado
de crispación que podría derivar en otras tantas explosiones y, si las
condiciones de liderazgo estuvieren presentes, en una ola generalizada de violencia
social.
Por memoria, estoy evocando:
(1°) la toma de la tarima de discursos de la CGT por grupos contrarios a
la dirigencia de la central obrera, el 7 de marzo 2017;
(2°) la recuperación política desexualizadora del acto en la Plaza de
Mayo por el Día de la Mujer, al día siguiente, 8 de marzo de 2017;
(3°) la reacción enardecida, en febrero 2017, seguida de una
intervención policial abrumadoramente exagerada contra unas jóvenes que querían
tomar sol sin corpiño en una playa pública de Necochea (provincia de Buenos
Aires).
En todos estos casos, es una rabia violenta lo que fue expresado por una
de las partes.
Escuetamente apreciado, en el primer suceso se expresaron con violencia
grupos radicalizados de diversas tendencias, para tratar de desplazar del palco
a dirigentes del “stablishment” o “nomenklatura” sindical peronista. Allí había
gente de tendencia neo-peronista junto con clasistas de prosapia marxista,
confrontándose a viejos auténticos peronistas. Este episodio trae a la memoria
la tragedia de Ezeiza de 1973; pero también aquella memorable confrontación en
la Plaza Mayor de Buenos Aires, el 1° de Mayo de 1974. En sendos casos las
corrientes enfrentadas eran substancialmente las mismas: un caudillismo de
raíces feudales y de raigambre ideológica criollista[1]
enfrentándose a jóvenes radicalizados mayoritariamente de clases medias, en
general de origen inmigratorio europeo reciente[2]
(aquellos “imberbes estúpidos” de Peron).
Esta corriente emergente enarbola una actitud anti-caudillo extraña a la
ideología criollista adoptada por el peronismo desde su fundación. Ideología,
ésta, que el peronismo auténtico -el de Peron- comparte con la vieja oligarquía
patricia, quien la pergeñó entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX
para legitimar, en su versión ilustrada,
el poder feudal heredado de la Conquista castellana, amenazado por el aluvión
modernizador de los inmigrantes gringos[3].
En su confrontación con este viejo esquema de poder, los jóvenes radicalizados
de origen cultural gringo adoptan lemas engañosos y ambiguos; porque su
“peronismo de izquierda” no existe: es un oxímoron; el mismo fundador del
Movimiento lo dijo.
Lo que sí existe es, en cambio,
el pujante despertar de esa juventud de clase media argentina de origen
mayoritariamente europeo reciente que, a la tercer generación, descubre ser
argentina y, entonces, tomada de sorpresa y para evacuar el pánico que la
carencia de identidad nacional le provoca, se convierte a la ideología popular
predominante con el fervor, la intolerancia y la ambigüedad de los neo
conversos; pero abrigando el propósito tácito y firme de desplazar del poder a
la guardia colonial del viejo caudillo.
Éste es el oxímoron de la denominada “Juventud Peronista” y de los otros grupos
militantes, algunos armados, que se alineaban
bajo el lema peronista en los años 1960/70, finalmente condenados por el
viejo líder.
Lo que se juega en estas confrontaciones es nada menos que la
integración de la cultura europea moderna a la nación argentina; una
refundación de la identidad argentina en la modernidad venida de Europa desde
fines del siglo XIX. Identidad que fuera ninguneada por todos los gobiernos
civiles y militares, a la excepción del corto período del Presidente Alfonsín[4].
No es seguro que los jóvenes protagonistas de este drama argentino
tengan consciencia de que ellos mismos están propugnando la modernización de la
identidad argentina; pero las fuerzas tradicionales, a comenzar por el último
gran caudillo -Peron-, no se dejaron engañar: este movimiento de juventud viene
a subvertir el orden criollo tradicional y es, por lo tanto, subversivo.
La ausencia de lucidez de los jóvenes de clases medias convertidos a
algún tipo de neo peronismo hace que estas confrontaciones devengan recurrentes
y violentas. Porque se discute de la calidad y la repartición del puchero
cocido, cuando lo que está en disputa es, en realidad, quién va a definir el
menú y quién tendrá a cargo la cocina. El enemigo apuntado por los enardecidos
del acto de la CGT era el actual gobierno, aunque su verdadero enemigo es, y
los hechos lo demuestran, ese sindicalismo de viejo cuño peronista que asegura
la continuidad de la tradición caudillista y feudalizante de Peron.
Los componentes del actual gobierno nacional pertenecen a las clases medias altas y a las élites
empresariales; ellos tienen, mayoritariamente, un origen cultural europeo de
reciente inmigración. Por esta razón, sostienen una actitud anticaudillista
visceral, extranjera a la ideología criollista; actitud similar entonces a la
que mueve a los militantes que coparon el palco de la CGT.
En realidad, tanto los unos como los otros comparten las mismas raíces
culturales europeas de reciente inmigración. Pero los de clase acomodada no lo
reivindican, porque no lo precisan para continuar gozando del bienestar de
clase burguesa que sus padres y abuelos han conquistado en la sociedad
argentina. Por su parte los ex-montoneros y otras corrientes de izquierdas,
enemigos objetivos del viejo peronismo, tampoco enarbolarán como identidad los
valores de su real cultura de origen europeo reciente, porque el discurso
neo-peronista o filo-criollista que sostienen quedaría entonces deslegitimado,
puesto que quedaría al descubierto que el sistema cultural en el que se mueven
realmente no es ni feudal, ni caudillista, ni criollista. Su verdadero tropismo
visceral, casi inconsciente, no es una reivindicación de naturaleza económica,
sino cultural y cívica; buscan instalar la modernidad como modo cultural y
organización cívica predominante.
Por vías contrapuestas, ambos grupos emergentes de las clases medias
“gringas” argentinas persiguen la conquista del poder, a favor de una visión
modernizadora de la sociedad; una, sesgada hacia la izquierda; liberal o
ultra-liberal, la otra. Y para conseguirlo reprimen la ostentación de su
identidad cultural de origen gringo, que entonces deviene contenido críptico y
subliminal. Porque expresarlo claramente los llevaría a una confrontación
abierta entre sistemas culturales -el neo-feudalismo popular criollo, frente a
la modernidad-, siendo que en ambos casos sus objetivos inmediatos son
políticos y económicos, no cívicos ni culturales. Una confrontación entre
sistemas culturales los desviaría de esos objetivos de corto plazo,
convirtiéndolos además en argentinos traidores de la vieja Patria criolla de
abolengo feudal, con la que siguen identificándose para medrar. Están, en
realidad, en una impostura, oportuna y legítimamente señalada por los
auténticos peronistas, baluartes de la tradición criolla.
La solución para salir de esta embarazosa situación sería la de refundar
la república sobre la base de una nueva identidad nacional, en la cual ellos y
todos los otros ciudadanos pudieran reconocerse plenamente. Se trata de una
cuestión de relación de fuerzas entre esos distintos grupos culturales, los
viejos coloniales y los recientes europeos, sin olvidar a los aborígenes.
Pero estamos lejos de una toma de consciencia tan radical y dolorosa;
las ilusiones e imposturas criollistas de las clases medias “gringas”
proseguirán. No existen pues, en la actualidad, las condiciones para
“blanquear” la parte “gringa” de la identidad nacional, ni del lado de los
burgueses acomodados encaramados al actual gobierno, ni del de la izquierda
militante. Todos en su conjunto continúan entonando, como una incantación, loas
a la vieja Patria criolla, ocultando así la naturaleza subversiva de su
verdadera identidad, la que sin embargo podría conducir a una nueva república
integradora y moderna, pos-feudal como lo es la sociedad de Chile o el
Centro-Sur del Brasil. A pesar de constituir la mayoría demográfica y ser la
fuente del dinamismo económico y cultural argentino, estos cripto-europeos
actúan como si fueran “marranos conversos” en una sociedad patricia,
caudillista y criollista heredada del feudalismo castellano. Esta impostura
identitaria y cultural puede durar; y puede dar lugar a repetidas explosiones
sociales si no atinaran a tomar consciencia de la verdadera etiología del
malestar cívico, cual es el desfase cultural entre el país nominal actual -feudalizante,
caudillista y criollista- y su propia realidad cultural, mayoritariamente
moderna.
El criollismo afirma que el argentino por antonomasia es el criollo,
porque el país es independiente gracias a los criollos y que los inmigrantes
gringos llegaron invitados a trabajar -”para matarse el hambre”, dice la voz
popular- en un país acogedor, que al llegar encontraron independiente, unido y
organizado por los criollos de élite. El gringo y su descendencia son los
invitados de la Patria criolla y deben estarle eternamente agradecidos. Sus
actividades de bajo prestigio en el sistema feudal -agricultura, industria,
comercio, investigación científica- deben pagar el debido tributo a la
civilización criolla que los acogió, centralizada en su centro porteño. Estos
criterios se explican, porque el criollo argentino -que no, el chileno ni el
cuyano- es heredero de la caballería de los hidalgos españoles de la Conquista,
punta de lanza del sistema feudal castellano. El criollo venera esos valores de
la caballería feudal que son el caudillismo, la organización autoritaria de la
sociedad, el desprecio oculto del trabajo agrícola, el prestigio de lo militar,
de la violencia asimilada al coraje y al honor, y una racionalidad económica
rentista. En otras palabras, en la Patria criolla los gringos deben crear
riquezas para que el centro de extorsión localizado en el puerto de Buenos
Aires opere retenciones, impuestos, tasas de carácter legítimamente
confiscatorios (según la racionalidad económica feudal basada en la rapiña, la
extorsión y el terror de Estado).
Esta ideología retrógrada sostiene en consecuencia que quien quiera
pretender ser argentino debe asimilarse al orden criollo, identificarse a él.
Toda otra identidad nacional seria subversión del orden establecido que ha
acogido a los inmigrantes europeos. Aquellos jóvenes que se atrevieren a
contestar el orden caudillista y feudalizante del criollismo deben recibir un
“merecido escarmiento”, tal como lo anunciara el gran Caudillo en la Plaza de
Mayo, un 1° de Mayo de 1974.
Este aparato ideológico es conservado y transmitido en el seno de lo que
queda de las élites coloniales de origen hispánico (nuestros “patricios”) y
sigue cundiendo en las clases criollas más modestas, terreno fértil para todo
caudillismo. La ideología del caudillismo criollista rioplatense es altamente
tóxica, porque es falsa y fundamentalmente reaccionaria. Sus raíces se hallan
en la Conquista del Perú, impregnando sus colonias de autoritarismo, violencia,
rapiña, latifundios y prestigio de la caballería y la ganadería vacuna,
cooptando las jerarquías religiosas tanto cuanto pudieron, como en los mejores
tiempos merovingios y visigóticos, lo que dió esa Iglesia oficial de naturaleza
césaro-papista. Esta ideología anacrónica sería impensable en Chile, colonizado
que fue por familias españolas de trabajadores (agricultores y artesanos) y,
por lo tanto, país afortunadamente sin gauchos ni señoritos, sin Señores
feudales ni caudillos, sin los Mitre ni los Rosas ni el peronismo de Peron, sin
montoneras ni montoneros.
Sin embargo, los “gringos” que subieron al gobierno actual de la
Argentina parecen carecer de la lucidez necesaria para percibir que su
posicionamiento cívico y cultural está muy cerca de las intuiciones
anti-caudillo de esa juventud que se dice peronista, pero que lo es falsamente;
porque el peronismo es caudillismo de raigambre criolla colonial, cuyos
arquetipos son el General San Martin, Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga,
Juan Domingo Peron Sosa y María Eva Duarte. Estos gringos burgueses y
pequeño-burgueses actualmente en el gobierno no vislumbran la naturaleza
cultural del combate que está en juego en este drama nacional, entre
identidades y sistemas culturales diferentes. Y todavía menos, la necesidad de
refundar la república sobre la base de una nueva identidad integradora de los
gringos con los criollos y los aborígenes, construyéndose en la cultura de la
modernidad que los gringos aportaron. Esto es, un sistema cultural fundado en
la predominancia del pensamiento crítico racional personal, en la valorización
del trabajo productivo, en la justicia social; una república de verdaderos
ciudadanos autónomos, no de sujetos acaudillados y punteros.
¿Será que estos gobernantes sólo perciben sus propios intereses de clase
privilegiada? Si ésta fuera la razón, el discurso anti-pobreza del actual
gobernante presidencial sería una impostura. En todo caso, la falta de lucidez
cívica lleva a este gobierno de “niños bien” a un conflicto inútil con la gente
pobre, todavía enrolada bajo las banderas de un caudillismo vernáculo en
desfase con el mundo moderno.
No obstante esta ceguera, parece improbable que el movimiento emergente
de clases medias modestas, de clases obreras y de productores rurales de origen
gringo pueda diluirse y perder fuerza. Sus primeros signos manifiestos
comenzaron en los años 1960/1970; y no cejarán, porque es un mar cultural de
fondo que responde a la asimetría nacional del 3 por 1: tres gringos radicados
en el país por cada habitante de origen criollo, o sea, tres familias
portadoras de la cultura moderna por cada familia enfeudada en el pasado
caudillista popular[5].
Pero la corriente de fondo que lleva a
una refundación cultural modernizadora de la sociedad del Plata es
todavía muy confusa y contradictoria, inconsciente del significado profundo de
sus actitudes cívicas más viscerales. Si por ejemplo afirmáramos que los “niños
bien” o los jóvenes gringos que manifestaron en Rosario el Día de la Bandera de
2009 están en el mismo combate identitario de fondo que los militantes de
izquierda del mismo origen cultural, en este momento seríamos tratados de
delirantes y racistas, tanto por los de ascendencia criolla como por los de
origen gringa; porque la confusión introducida en la educación por el
criollismo, tanto el de origen oligárquico como el peronista, es enorme: el
relato histórico predominante es criollista.
Sin embargo, una misma reivindicación cívica y cultural une a sus
componentes, a pesar de sus posiciones hoy francamente enfrentadas. Todo ocurre
como si los intereses económicos de corto plazo enardecieran una lucha de
clases que sofoca y torna imperceptible el nudo central del drama argentino,
cual es el de una necesaria modernización cultural general que desemboque a
término en la refundación de una identidad nacional integradora, pacífica y
moderna. La modernización del país pasa por la modernización de la identidad
cultural nacional; pero esto no se ve, todavía. Y se pierde el tiempo en confrontaciones
que juegan en otros registros de corto plazo, como en los episodios de 1973,
1974 y recientemente, en el acto de la CGT en la Diagonal Sur de Buenos Aires.
En el segundo caso, el del final confuso del acto por el Día de la Mujer
en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, se trata de una tentativa bien lograda de
desviar hacia contenidos políticos ajenos al feminismo, un acto mundial de
connotación feminista: fue recuperado por jóvenes probablemente pertenecientes
a las mismas tendencias radicalizadas que el día anterior habían copado
violentamente el palco de los viejos cegetistas.
Ese acto destinado a hacer valer le derecho de las mujeres argentinas a
vivir sin feminicidios, sin violencias de género y sin discriminaciones
machistas, fue copado por bandas de jóvenes de ambos sexos que inundaron la
plaza con banderas y lemas ajenos a los lemas feministas. A estar a las
imágenes mostradas por la cadena de televisión TN, se trataba sobretodo de
varones enmascarados y violentos. A esto se sumó, en la escalinata de la
catedral, la vehemente violencia de un grupo de mujeres abortistas que
golpearon e insultaron a un ingenuo embanderado con los colores, no ciertamente
de la Iglesia Católica -que carece de colores y banderas-, sino del Estado del
Vaticano, símbolo de un poder todavía césaro-papista que continúa condenando el
aborto.
En el tercer caso, ocurrido un mes antes en la playa de Necochea
-provincia de Buenos Aires- se vituperó crudamente a unas jóvenes que tomaban
sol en “top less”, como se hace habitualmente
en la playas francesas y, hoy, también muchas payas italianas. Las forzaron a
vestirse “decentemente”, bajo una lluvia de insultos. Para obligarlas a “volver
a la decencia”, algún playero de cultura cavernaria y ultra machista llamó a la
policía provincial, la que sitió ese sector de la playa con varios patrulleros,
como si se tratara de dar asalto a un grupo de terroristas. Para los
energúmenos que llamaron a la policía, el mostrar el cuerpo femenino en una
playa es de una obscenidad intolerable, algo que merecería un castigo de tipo
islamista. El caudillo Peron organizó, durante su última presidencia, el
“escarmiento” de esos “imberbes estúpidos”, jóvenes que se asomaban a la
política en el patio de los grandes, queriendo enfrentar a los dueños del
patio. La persecución de Peron fue proseguida por la dictadura militar, que no
hizo sino sistematizar metódicamente el “escarmiento merecido” de esos jóvenes.
Entre nueve y treinta mil desaparecidos y cientos de miles de jóvenes exilados
fue el precio que la sociedad argentina pagó para conservar el orden y las
buenas conductas tradicionales. Pero esa juventud moderna rebelde vuelve por
sus fueros, renace de sus cenizas de maneras varias e inesperadas. En Necochea,
los mismos bárbaros de antaño se ensañan ahora con jóvenes mujeres de la nueva
generación, que quieren liberar sus cuerpos y sus costumbres, a la par de las
europeas modernas: para los amigos de la tradición, ellas merecían la represión
policial y los insultos, un nuevo buen “escarmiento”, como en los años ‘70.
Sin embargo, el contexto cultural y social ha cambiado; esa lámina de
fondo que emergió en los años ’60 y ’70, ahogada en la sangre, volvió de la
mano de una nueva generación: la de los “niños bien” del actual gobierno, la de
quienes prefieren el nombre de Campora al de Peron o la juventud reunida en
Rosario en el Dia de la Bandera del 2009; y ahora, la de esas chicas que
pretendieron inocente e ingenuamente ejercer su derecho legítimo de vivir
libres en una playa, vestidas o desvestidas como se les cante, como si
estuvieran en Francia, país civilizado.
La represión de los tradicionalistas ha vuelto a funcionar; sin embargo,
no creo que se diluya esta lámina de fondo de reivindicaciones culturales modernistas,
que re-emergen de múltiples e insólitas formas, a veces aparentemente
contradictorias; pero que expresan, todas, la misma reivindicación: no somos
feudales ni caudillistas, sino hombres y mujeres que piensan por sí mismos,
personas libres, ciudadanos autónomos. Un signo alentador que lo confirma es el
de los “tetazos” que siguieron a la represión inadmisible de aquellas top-less
de Necochea.
Es evidente que cada
uno de estos sucesos expresan una cierta exasperación, que merecería un
análisis detallado. Algunos síntomas comunes observados en ellos dan lugar a
reflexión: ¿Estaremos en los preliminares de una revuelta violenta? Esta
revuelta en ciernes, ¿tomará una senda cultural reaccionaria, autoritaria,
caudillista, tradicional? ¿O será una revolución progresista, innovadora de la
moral cívica y social? El modelo de país y su devenir económico están en juego.
[3] Gringo, en Argentina, es el
inmigrante europeo en general; un andaluz era considerado “gringo” por la
aristocracia correntina, a fines del siglo XIX.
[5] Ver cifras estadísticas del
primer censo general de población de la Argentina, del año 1869, y compararlo
con la cifra de inmigrantes de origen europeo que llegó a la Argentina entre
1850 y 1950, disminuida de la cantidad que no pudo encontrar buenas condiciones
de asentamiento en el país y que, en consecuencia, la Argentina perdió como
capital cultural, económico y demográfico.
La relación entre los efectivamente radicados durante ese siglo y la
población “de origen criollo” censada en 1869 (un 85% de casi 1,8 millones de
almas) es de algo menos de tres gringos por cada criollo. Pero llegó el doble de europeos a las ribas
del Plata; sin acceso a la tierra, discriminados cívicamente, sin poderse armar
para conquistar “el Desierto” (las dos terceras partes del territorio
nacional), retornaron decepcionados a sus países o se fueron a colonizar el
Brasil o los Estados Unidos. Todo esto, gracias al caudillismo feudal y su
ideología criollista, aún vigente bajo forma de populismo.
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