Por Jorge
Garrappa
Hoy tengo
la convicción más profunda que, el fanático, es el más grande enemigo de la
libertad que existe en una sociedad.
El
fanatismo es ciego, de tal ceguera que no quiere ver el mal que hace. Yo lo se
muy bien.
El
fanático denuncia lo malo, que nunca encuentra en sí mismo, porque está atascado
en su propio fango.
El
fanático siempre pone a los “buenos” de su lado y a los “malos” los ubica enfrente.
A estos últimos,
los considera sus enemigos y, por ende, se les puede maltratar sin ningún reparo.
Para el
fanático el fin justifica los medios pues, solo el fin que él persigue, es “bueno”.
Los demás
están todos equivocados y, por ello, no tienen ningún derecho a pensar distinto.
Esto lo
habilita a usar, en la mayoria de los casos, medios inmorales e ilegales para combatirlos.
Se debe
condenar el mal, pero dentro de la ley y la moral, teniendo en cuenta los
principios fundamentales de la tolerancia.
Como afirmaba
Voltaire: “Detesto lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo”.
La tolerancia,
sin embargo, debe aplicarse de manera correcta, con ciertos límites, pues en ocasiones
es directamente imposible presenciar una injusticia sin protestar.
Más aun, juzgaríamos
sin dudar un minuto, como una vileza querer aparecer neutral. Por ello la
protesta social, en paz, es un derecho inalienable de los pueblos.
Es falso plantear
la disyuntiva polar entre el fanatismo y el relativismo o escepticismo.
Nunca hay
que olvidar ese proverbio que dice: como la tierra es redonda, los extremos
tienden a tocarse.
La ceguera
violenta del fanático y la ceguera cínica del escéptico frecuentemente se cruzan
y se unen para el mismo mezquino fin.
Las sociedades necesitan –hoy mas que nunca- valores
firmes, convencimientos, no hipotesis.
Esto, para los fundadores del estado de derecho, resultaba
sencillamente evidente.
La abolición de la tortura no fue el resultado de
una hipótesis. Los derechos humanos no fueron una propuesta. Sino una
proclamación.
La aparente terquedad con que los pueblos,
libres por naturaleza, alzan determinados valores humanos innegociables,
responde a una profunda y antigua sabiduría.
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